Bartolomé Hidalgo: un poeta sanmartiniano

mayo 23, 2010 in HISTORIA | Comments (0)

Bartolomé Hidalgo: un poeta sanmartiniano.

Por  Olga Fernández Latour de Botas.

Es inevitable para el historiador que, cualquiera sea el tema de su investigación, deje traslucir ciertas líneas conductoras,  ciertas opciones, ciertas preferencias que vinculan a los personajes objeto de su estudio con su propia personalidad. En este sentido adquiere nuevas claves semánticas – no en todo coincidentes con los designios manifestados por su autor-  el título de la afamada novela de Johann Wolfgang von Goethe   Las afinidades electivas, y tal vez, ya liberada la expresión de la anécdota narrada en la obra del literato alemán,  resulte, en sentido extenso,  campo propicio para indagaciones mucho más profundas. Por ejemplo, en el camino que ahora se me ocurre simplemente como propuesta: someter a dicho criterio de “elección por afinidad” las reveladoras categorías históricas de “espacio de experiencia” y “horizonte de expectativa” que Reinhart Koselleck  enuncia en su notable obra titulada Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos. Conocer la orientación existencial del crítico es el mejor método para establecer un nexo correcto entre el  sujeto – objeto de su estudio y el receptor de la obra resultante. Trato, al decir esto, de que puedan comprender mi propia inclinación y, si lo creen posible, justifiquen lo que sigue.

 

San Martín y las artes

Por proceder mi formación inicial del campo de las artes, parece natural que haya puesto especial atención- por afinidad-  en la inclinación por estas hijas de las musas que se manifestaron en el egregio guerrero y el ciudadano de su tiempo que fue don José de San Martín y que me complaciera encontrarlo en sus años mayores, según lo describe su anecdotario familiar,  inclinado  a distracciones útiles como la carpintería y  el cuidado de las plantas de su jardín – que son de suyo artes- , así como también  a  manifestaciones de la afición plástica propias de  la época, tales como “iluminar “, coloreándolas,  litografías sobre temas marítimos o navales en los días de su madurez.  Fue aficionado a   la guitarra clásica española  y capaz de ejecutar  piezas de su contemporáneo, el maestro  Fernando  Sor  (1778-1839), en ocasiones  elegidas.

Instruido en la danza social  desde el Seminario de Nobles de Madrid,  la practicaba con galanura y conocimiento.  Su campaña de los Andes ha sido asociada  por los  coreólogos , a partir de las investigaciones del maestro Carlos Vega, a  la  importación al hermano país trasandino de algunas expresiones  criollas popularmente tradicionalizadas como El Cuando, La Sajuriana , Los Aires y el Cielito y un punto más avanza en esta relación, curiosamente, nuestro gran musicólogo. Tras describir los itinerarios que los bienes culturales, realizaban,  desde el período hispánico, entre Buenos Aires y Lima y , con referencia particular en su caso a los bailes sociales,  llega a la conclusión  – que es evidencia histórica- de que circulaban por dos vías:  una vía lenta que, desde Lima y a  través del Alto Perú  entraba en el territorio del Río de la Plata por las provincias noroésticas y otra vía rápida, la que llevaba las noticias, las novedades, las modas… y las danzas, por el Pacífico, de Lima a Santiago de Chile, y cruzaba los Andes a la altura de Cuyo para llegar a Buenos Aires, la Gran Aldea del sur, y a la linda Montevideo.

La genialidad de San Martín, dice Vega,  consistió, en este aspecto, en “desandar la ruta de las danzas”, la transitada ruta de Lima – Cuyo- Buenos Aires  y, desde Cuyo, llegar con sus ejércitos hasta Chile por tierra y por mar al Perú, en su campaña libertadora, mientras Martín Miguel de Güemes defendía, con sus “Infernales”,  la frontera salteña.

Se trata de una suerte de simplificación inteligente y didáctica de Vega, pero, conociendo en San Martín su apego a las tradiciones de los pueblos, no resulta raro pensar que, para él, lo que la gente venía haciendo por generaciones,  fuera lo más acertado y conveniente. Resulta oportuno recordar aquí lo expresado, en materia política pero por extensión en toda otra materia, por el abogado Henry-Adolphe Gérard, su vecino y su amigo de los meses finales en Boulogne-sur-Mer. Aquella Nécrologie, publicada en el diario L’Impartial de Boulogne-sur-Mer el 22 de agosto de 1850, que, con Prólogo del Dr. Gregorio Aráoz Alfaro, había reeditado la Institución Mitre  un siglo después y que es, para mí, la verdadera autobiografía dejada para la posteridad por el Libertador de esta parte de América. Dice Gérard del General San Martín:

“Partidario exaltado de la independencia de las naciones, no tenía ninguna idea sistemática sobre  las formas propiamente dichas de gobierno. Por el contrario, él recomendaba sin cesar el respeto de las tradiciones y de las costumbres y no concebía nada más censurable que las impaciencias de reformadores que con el pretexto de corregir abusos echan por tierra en un día el estado político y religioso de un país. ‘Todo progreso- decía- es hijo del tiempo’ ”.

Me parece necesario insistir en la consulta de aquel texto en el cual, reeditores separados por varias décadas, hemos  encontrado la fuente biográfica más próxima al San Martín vivo, a la personalidad del gran  hombre, despojada del bronce enverdecido, del sepulcro objetado,  del himno no entonado, del mito revertido por los mercaderes.   De aquel texto exento de artificios, con errores de información vacíos de trascendencia pero en cuyas líneas se escucha la voz del Libertador,  ha surgido siempre,  como la primera vez, la imagen de un ser humano ejemplar, que puso todo su amor en estas tierras de América pero que, como los padres sabios, no confundió amor con permisividad,  libertad con libertinaje,  felicidad con exaltación de la desidia.

La personalidad de José de San Martín está siendo salvajemente distorsionada entre nosotros desde hace algún tiempo. La pandemia del relativismo moral, la contaminación del trabajo intelectual con el más impropio, malintencionado y mal llamado “revisionismo”, han hecho de él, como de otras figuras relevantes de nuestra historia, sujetos de manipulaciones imperdonables. Imperdonables no solamente a quienes las elaboran sino más imperdonables aún a quienes las difunden, les dan prensa privilegiada, las poner ante los ojos de las nuevas generaciones como verdades que lo son –según su prédica-  por el solo hecho de no coincidir con lo que se ha dado en llamar la “historia oficial”.  Toda persona se siente capacitada para abordar la “creación histórica” sin haber cumplido con las fases metodológicas de la heurística y los ponderados pasos de la hermenéutica. El documento es lo descartable;  lo veraz se encuentra por lo tanto, en el libelo y el pasquín.

Ante este panorama que los medios expanden y el público acoge con un “¿y por qué no…? carente de compromiso, he pensado proponer a ustedes, compartir con ustedes, en ocasión de mi discurso de incorporación a la Academia Sanmartiniana, testimonios contemporáneos de la existencia física de don José de San Martín. Testimonios originales y específicamente “argentinos” – en el sentido amplio de época que conllevaba el término- ,  que tienen características muy peculiares y una gran carga afectiva. Me refiero a los versos que lo nombran en la polifacética obra poética de un bardo rioplatense a quien dedico también, de este modo, mi emocionado homenaje. Hablo de Bartolomé Hidalgo, cuya azarosa vida reluce como estrella fugaz en el espacio cósmico de nuestros poetas de la Revolución. He dedicado recientemente, a este patricio rioplatense, un libro que constituye la primera edición hecha por alguien nativo de la Banda Occidental del Plata, de su obra completa.

 

San Martín en la obra de un poeta rioplatense.

José Francisco de San Martín y Matorras y  Bartolomé José Hidalgo y  Figueroa fueron hombres de la misma generación pero, aparentemente, de la relación que puede establecerse entre ambas trayectorias existenciales no surge que haya habido entre ambos ocasión de encuentro. Me encantaría ser desmentida en este punto mas, entretanto, me parece posible aplicar a este análisis del enunciado Bartolomé Hidalgo, un poeta sanmartiniano, la estrategia de  Plutarco en sus Vidas paralelas, consistente en extraer, en cada caso, el carácter moral del personaje, tener en cuenta «Un lance fútil, una palabra, algún juego» que «aclaran más las cosas sobre las disposiciones naturales de los hombres que las grandes batallas ganadas, donde pueden haber caído diez mil soldados».

Del general San Martín no sabemos que haya llegado a conocer las obras de Hidalgo, pero resulta evidente que  Bartolomé Hidalgo fue un apasionado seguidor de las distintas fases de las campañas americanas del Libertador y que, por la magia y la frescura del verso, ha logrado transmitir a las generaciones sucesivas el espíritu público de los años en que, primero el Grito de la Patria y, seis años después, la proclamación de la Independencia de las Provincias Unidas en Sud-América, hicieron vibrar los corazones americanos con el ritmo inconfundible de la gesta.

Bartolomé Hidalgo, nacido en Montevideo el 24 de agosto de 1788  era diez años menor que José de San Martín.  Según los datos, en parte desconocidos hasta entonces,  que nos regaló el eminente estudioso uruguayo Fernando O. Assunçao en su Prólogo para nuestro trabajo titulado “Trascendencia de Bartolomé Hidalgo en  la literatura rioplatense”, era Hidalgo hijo legitimo (y el menor) del matrimonio formado por Juan Hidalgo, natural de la Puebla del Prior, en Extremadura, España, y Catalina Ximénez y Figueroa, natural de San Juan de la Frontera, en el Reino de Chile, hoy  Cuyo, en la Argentina.  Entre otros muchos datos aportados por el citado biógrafo,  tuvo Bartolomé tres hermanas mujeres, mayores que él, que vivieron hasta edad adulta, pues alguna otra al parecer murió párvula, como se decía por entonces. Y aunque los nombres dados por Assunçao y los publicados por Antonio Praderio no son coincidentes, sí sabemos por ambas fuentes que Bartolomé Hidalgo resultó doblemente  emparentado políticamente con la familia de los poetas José María y Eduardo Gutiérrez, por los respectivos casamientos de una de sus hermanas (María  Rosa Hidalgo y Ximénez) y de una hermana de su esposa (María Antonia Cortina).

Esos son todos los rastros fehacientes del hogar natal que si en principio no fue de familia acaudalada,  aunque sí «de gente honrada», como el propio poeta se vio obligado a señalarlo alguna vez, ciertamente se convirtió en mucho más pobre por la muerte del padre, cuando Bartolomé Hidalgo era poco más que un niño.

Según han señalado varios autores, desde  Mario Falcao Espalter  hasta Antonio Praderio, Hidalgo, como la mayoría de los niños varones de familias montevideanas de la época, habría concurrido a las clases de los frailes de la Orden de San Francisco, y ellos le dieron, al parecer, una muy esmerada instrucción. En buena parte tal vez, conjetura Assunçao, fruto de su precoz y despejada inteligencia y facilidad para los números. Lo cierto es que al llegar a la adolescencia su instrucción estaba por encima del nivel normal en aquel medio del Montevideo del último tercio del siglo

XVIII. Culto en letras, experto en números, huérfano de padre, como se ha dicho, y único varón de la familia, Hidalgo entró, muy joven, a trabajar en el almacén de ramos generales de don Martín José Artigas, regidor en el Cabildo de Montevideo y capitán de milicias, hijo del también capitán de milicias, procedente de Buenos Aires, poblador-fundador de la ciudad y ex -cabildante, don Juan Antonio Artigas. Este último era el progenitor de aquel José Artigas (Assunçao no consideraba propio agregarle el habitual Gervasio ni la partícula “de”, también frecuente) que llegaría a ser el Padre de la Patria Oriental y con quien Bartolomé tuvo trato y amistad en los primeros tiempos. Por lo que sabemos, expresa Assunçao  Bartolomé Hidalgo fue tratado por la familia Artigas no como un simple empleado, sino como uno de los suyos, ya que aparece como testigo en actuaciones legales, etc..

Le indigna con razón a Fernando Assunçao  la aserción de que Hidalgo, hombre de letras y de números, apoderado y procurador, fuera también por entonces, barbero. “Rapabarbas, como le llaman, cuasi despectivamente, Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones, con indisimulado clasismo.” Y sostiene con razón que, de ser ello cierto,  tanto sus detractores coetáneos, para denigrarlo, como él mismo, en son de broma tal como solía, habrían echado mano a tal recurso, ligado, en aquel tiempo de escasos canales de comunicación, al parlotear y a la divulgación de secretos.

Compartimos con Assunçao la idea de que  resulta indudablemente “una creación” – un infundio, diríamos-   que  Hidalgo fuera mestizo étnico o mulato. “Según sus antecedentes familiares no podía serlo, aunque tal vez, por la rama materna sanjuanina, tuviera acaso alguna sangre indígena americana”. No obstante ello, fue llamado en su tiempo “oscuro montevideano” y hasta “mulatillo”. Y aquí viene a cuento recordar que también el Libertador San Martín recibió críticas por el color de su piel de parte del General Francisco  Marcó del Pont  y la feliz anécdota del sonriente saludo con que lo recibió el Libertador de Chile después que el español fue apresado en su huída:  “ Venga esa  blanca mano, señor General”.

Assunçao destaca que, tan arbitrarias son las atribuciones raciales antes aludidas, como las descriptivas de su atuendo y arreglo que le endilgó nuestro gran  Ricardo Rojas, cuando en un rapto literario imaginativo dice:

«Tal se nos aparece la figura de Hidalgo, al entrar en la historia de la literatura

nacional: vestido de chiripá, sobre su calzoncillo abierto en cribas; calzadas las espuelas en la bota sobada del caballero gaucho; terciada al cinturón de fernandinas, la hoja labrada del facón; abierta sobre el pecho la camiseta oscura, henchida por el viento de las pampas; sesgada sobre el hombro la celeste (sic) golilla, destinada a servir de banderola sobre el enhiesto chuzo de lancero; alzada sobre la frente el ala del chambergo, como si fuera siempre galopando la tierra natal: ennoblecida la cara barbuda por su ojo experto, en las baquías de la inmensidad y de la gloria. Una guitarra trae en la diestra que tiempo atrás esgrimiera las armas de la epopeya americana».

La página es muy bella, reconozcámoslo, pero es también atinada la aguda crítica que le hace Fernando Assunçao,  gran especialista en el tema de las pilchas criollas rioplatenses, cuando dice:

“A un lado los errores y anacronismos en el vestir, como el uso del chiripá, en

tiempos en que gentes como Hidalgo, aún en el campo usaban calzón a la española,

que son «cribos» y no cribas, que lo que tiene labrado el facón es la vaina y no la

hoja[1]; que la golilla jamás sirvió de banderola y más que celeste, en aquel entonces,por un seguidor de Artigas, debió ser colorada; que se dice chuza y no chuzo, es necesario subrayar, para acabar con tales legendarias interpretaciones sobre la personalidad de Hidalgo, descrito como una especie de Santos Vega. Hidalgo fue, como lo pintaron sus detractores coetáneos de intramuros de Montevideo, en 1811, con mucho mayor acierto que el gran escritor argentino, un «cultilatiniparlo». Es decir un pueblero, muy lector por añadidura y muy dado a los clásicos, casi me animo a decir, ilustrado y atildado, en la modestia de una relativa pobreza, siempre muy digna. Hombre de casacón y no de poncho terciado, de calzón corto, media y zapato con hebilla y no de chiripá y bota de potro. De gabinete o, por mejor decir, de escritorio, pues de números y letras fueron siempre su oficio y su exiguo beneficio, y su vocación la poesía y el teatro, nunca el rudo galopar por las abiertas pampas y cuchillas patrias, a la caza de las reses cimarronas como era el quehacer de los gauchos por entonces. Aunque ciertamente dominara  el manejo del caballo como todos sus coetáneos pueblerinos de aquel entonces en el país,  Pero ciertamente un maturrango en las baquías naturales de los gauchos. Y, muy probablemente, como ocurrió más de medio siglo más tarde,  con los criollistas y nativistas finiseculares,  admiradores de las hazañas gauchas cuando la figura del arquetipo de la cultura rural perimía ante el cambio socio-cultural y económico. Hidalgo fue el lógico cantor de esa misma figura del gaucho en su épico amanecer, cuando se erguía como símbolo autóctono, como paradigma del valor libertario, como lo esencialmente nacional, al despuntar el momento de la independencia patria. Además, seguramente, por la época, lugar de nacimiento y condición social y cultural, fue Hidalgo, no hombre de melena tendida y barba hirsuta, sino de cabellos prolijamente peinados hacia atrás, en coleta y cara rasurada, como su amigo coetáneo, Artigas. Y de camisa con volantes y corbatón y chaleco de raso. Nada de todo lo que le inventó la imaginación literaria de Rojas. Esto bastará para tener una idea de la persona física y de la personalidad de Hidalgo, que al parecer, tampoco tocó la guitarra, aunque fuera poeta, que no cantor y llegara a ser un cuasi dramaturgo y en eficiente director del Teatro de Comedias de Montevideo.”

A partir de 1811, Hidalgo participó en la heroica “redota” del pueblo oriental y en el segundo éxodo, pasó más de una vez a Buenos Aires en misiones políticas y entró en 1814 a Montevideo con las tropas de Alvear, quien lo confirma como Administrador de Correos de Montevideo y  se lo designa Secretario Interino del Cabildo. Tenía por entonces  veintiséis años.

Al comenzar la nueva invasión portuguesa (1816), se dirige al este del país, a reclutar tropas y reunir fondos para la causa de su provincia, y escribe por entonces su «Marcha Nacional Oriental», que es, sin duda, el primer Himno del hermano país.

Cuando ya la situación de la provincia se hacia insostenible y junto a Francisco Bauzá, forma parte de la segunda embajada enviada a Buenos Aires en procura de auxilio. Consumada la invasión portuguesa, Hidalgo queda en Montevideo por unos meses, del año 1817 al 18, ocupando su cargo en el Teatro y haciendo una vida muy

recoleta. En el año 1818 se traslada definitivamente  a Buenos Aires donde producirá lo más característico de su obra poética. En esta ciudad, casó el 26 de marzo de 1820, con la joven porteña Juana Cortina,  frecuentó la amistad de los grandes escritores y periodistas de aquel tiempo y comenzó la redacción  de su obra, progresivamente “gauchesca”, que va construyéndose alrededor de las figuras de dos gauchos porteños,  Jacinto Chano, capataz de una estancia en las Islas del Tordillo, y Ramón Contreras, un gaucho de la Guardia del Monte: poesía en octosílabos bajo la forma de coplas romanceadas para los “Cielitos” bailables o de romances monorrimos dialogados, en lengua con isofonía rústica rioplatense, para sus dos “Diálogos patrióticos” de 1821  y su postrera “Relación”, de 1822.

Pese a haber sido nombrado en la correspondencia de las autoridades porteñas como “benemérito patriota” y tras haber declinado el ofrecimiento de un cargo público,  sus penurias económicas fueron tan grandes que se dice que imprimía sus versos y los vendía él mismo por las calles, como solían hacerlo en España y América, los mendigos y los ciegos. Hasta que, agravada su tuberculosis, falleció en Morón, provincia de Buenos Aires, el 27 o 28 de noviembre de 1822. Tenía treinta y cuatro años y había fundado el sistema literario que caracterizaría ante el mundo a la cultura del gaucho rioplatense.

Efectivamente, Bartolomé Hidalgo –instruido hombre de ciudad cuya azarosa y breve vida lo ha mostrado como funcionario administrativo y como soldado voluntario en la Banda Oriental, como director teatral y como autor de versos épico-líricos, marchas patrióticas y piezas escénicas en Montevideo, rechazando cargos públicos en Buenos Aires  y escribiendo letras que no firmaba para que se vendieran por las calles, patriota siempre, ocioso nunca y que, no obstante, murió, según se dice, en la pobreza –, entró en la historia literaria no por sus composiciones de escuela neoclásica sino como el más perdurable rumbeador en un género literario originalísimo. Fue Hidalgo el Homero de la poesía gauchesca, según lo estableció Bartolomé Mitre, el primero de los poetas gauchi-políticos del Río de la Plata como lo calificó Domingo Faustino

Sarmiento, y un paradigma del arte de cantar opinando en la piel de algún gaucho que fue cultivado después por muchos otros autores con desigual talento y consagrado por José Hernández en su culminante Martín Fierro .

Lamentablemente, la voz de aquellos jinetes de la pampa que, por obra de Hidalgo, reclamaban para todos, a principios del siglo XIX, derechos y justicia, práctica pública y privada del cumplimiento de deberes y desprecio por toda forma de discriminación, resulta familiar al lector de nuestros días y sus clamores, actualizados, son aplicables no sólo en el Río de la Plata sino en muchos otros ámbitos de la sociedad mundial.

Por esos méritos personales que lo vinculan espiritualmente con las “virtudes antiguas” de nuestro Libertador don José de San Martín es que lo he elegido, de entre todos los poetas coetáneos de la gesta de nuestra libertad e independencia, como vocero de los distintos estamentos de aquella patria americana, naciente como tal pero con firmes raíces en las tradiciones hispánicas, en la religión católica y en la cultura latina.

 

Testimonios históricos en la poesía de Bartolomé Hidalgo.

En la obra de Bartolomé Hidalgo, que, sin duda,  refleja una estricta coetaneidad con los hechos a los que se refiere, se manifiestan alusiones concretas a los siguientes acontecimientos históricos:

 

– El sitio de Montevideo por las fuerzas criollas de Artigas y Rondeau (Cielitos que con acompañamiento de guitarra cantaban los patriotas al frente de las murallas de Montevideo / 1811 / )

– La «Redota» (derrotero) o Éxodo de los Pueblos Orientales. Incitación a «volar», a avanzar rápidamente, exclamando ¡Libertad!, bajo la guía de Artigas, con el deseo de «salvar el sistema» que el caudillo proclamaba, durante la penosa instalación en Salto de más de 11.000 criollos, hombres, mujeres y niños «nativos del ínclito Oriente». (Octavas Orientales, / 1811 / )

– El sitio de Montevideo (Los víveres que los godos / … / Cielito / 1813 / )

– El sitio de Montevideo (No hay miedo, pues los macetas / … / Cielito /1813 / ) .

– La llegada a Montevideo de la escuadra al mando del almirante Guillermo Brown el día 20 de abril de 1814 (Cielito a la aparición de la escuadra patriótica en el puerto de Montevideo, 1814)

– La ocupación portuguesa al mando del teniente general Carlos Federico Lécor (Marcha Nacional Oriental, / 1816 / )

– La exaltación pública de los ideales sudamericanos de la Revolución de Mayo de 1810, en Montevideo (Inscripciones colocadas en los frentes de la Pirámide erigida en la plaza de la ciudad de Montevideo, en las celebraciones del aniversario del 25 de Mayo, realizadas en el año 1816 / … / / 1816 / )

– La Batalla de Las Piedras con el triunfo de Artigas contra los españoles el 18 de mayo de 1811; el combate de San Lorenzo librado por los Granaderos a Caballo del general San Martín el 3 de febrero de 1813; referencias históricas europeas y americanas a los males que trae la discordia; enumeración de los pueblos de la Patria (Sentimientos de un patricio…, / 1816 / )

– Propuestas de unión de indígenas y españoles, en el rechazo a las tiranías y el triunfo de la libertad (La libertad civil, / 1816 / )

– La independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata (Cielito de la independencia, / 1816 / )

– El avance de las tropas portuguesas sobre la Banda Oriental; menciones de los reyes de Portugal, especialmente de doña Carlota Joaquina, esposa del rey Juan y hermana de Fernando VII de España Hay un recuerdo al final para el primer virrey del Río de la Plata, don Pedro Ceballos («don Pedro Sebolas») que fue quien venció a los portugueses y, desde Buenos Aires, conquistó para la corona de España la Colonia del Sacramento y toda la Banda Oriental, incluida Santa Catalina, (Cielito Oriental, / 1816 / )

– La campaña libertadora del general San Martín (El Triunfo. Unipersonal con intermedios de música dedicado al Excmo. Supremo Director /1818 / )

– La batalla de Maipú librada en Chile por el Libertador General José de San Martín el 5 de abril de 1818 (Soneto contra el autor de la crítica a la Oda de la Secretaría de la Asamblea cantando los triunfos de la patria por la acción de Maipú / … /, / 1818 / )

– La campaña libertadora de San Martín en Chile entre 1817 y 1818: la acción de Chacabuco (12 de febrero de 1817; Jefes realistas Rafael Maroto y Marcó del Pont ) ; el desastre de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818; jefe realista Mariano Osorio); la victoria de Maipú (5 de abril de 1818; jefe realista Mariano Osorio). Referencias a los tiempos del conquistador Francisco Pizarro; al virrey de Lima Joaquín de la Pezuela y al Gobierno de Juan Martín de Pueyrredon, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata «por su constancia y celo» (Cielito patriótico que compuso un gaucho para cantar la acción de Maipú, / 1818 / ) .

– Ante las noticias de que una expedición española enviada por el rey Fernando VII, que había sido restaurado en el trono de España en 1814, se dirigía a El Callao –puerto de Lima– para atacar a la escuadra patriota argentino-chilena al mando de Manuel Blanco Encalada y del inglés lord Thomas A. Cochrane, contratado al efecto, el cantor  recuerda la acción de Maipú, desafía duramente a los enemigos y enfervoriza a los patriotas (A la venida de la expedición. Cielito, / 1819 / )

– Ante las expresiones paternalistas del Manifiesto / … / de Fernando VII, el cantor recuerda los episodios más oscuros de su trayectoria como rey, menoscaba a sus cortesanos, trae a colación los triunfos de los patriotas sobre sus jefes militares, echa en cara a los reyes de España las facetas injustas de la conquista y de la Inquisición, que encubrían ambiciones terrenales en cuanto a riquezas especialmente mineras; menciona las aspiraciones de los constitucionales de España, opuestos a las Cortes de la monarquía del antiguo régimen (Un gaucho de la Guardia del Monte contesta al Manifiesto de Fernando VII y saluda al conde de Casa Flores con el siguiente Cielito, escrito en su idioma, / 1820/ ) .

– Describe, desde una visión de patriota a ultranza, la situación de las armas realistas en el Perú; menciona al general San Martín – para quien tiene palabras de la mayor admiración-, al virrey español Joaquín de la Pezuela, a los trucos empleados por los criollos contra el general O’Reilly en Pasco, a la capacidad combativa del almirante Cochrane y anuncia su proyecto de volver a tomar su «tiple» para cantar cuando los patriotas entren en Lima. (Cielito patriótico del gaucho Ramón Contreras, compuesto en honor del Ejército Libertador del Alto Perú, / 1821 / ).

– Se refiere a las acciones previas a la entrada en Lima del ejército del Libertador general San Martín, que se produjo, por fin, el 9 de julio de 1821.El 28 del mismo mes, San Martín, agitando la nueva bandera peruana, declaró la independencia de ese país y, ante la insistencia de sus habitantes, aceptó asumir el gobierno como «Protector del Perú», estableciendo que, tan pronto finalizara la guerra, entregaría el poder a quienes el pueblo eligiera, como lo hizo, efectivamente. (Al triunfo de Lima y El Callao. Cielito patriótico que compuso el gaucho Ramón Contreras, / 1821 / )

– Memoria y balance de los pocos beneficios obtenidos por los patriotas a diez años de la Revolución de Mayo, los desaciertos cometidos y la necesidad de unión entre los americanos para obtener la libertad, como el mayor bien. (Diálogo patriótico interesante entre Jacinto Chano, capataz de una estancia en las Islas del Tordillo, y el gaucho de la Guardia del Monte, / 1821 / ).

– A partir de las novedades llegadas al pago respecto de que el rey Fernando solicitó, por medio de diputados, «ser aquí reconocido / su constitución jurando», y de la respuesta negativa del Gobierno de Buenos Aires, el nuevo diálogo entre Jacinto Chano y Ramón Contreras constituye una rememoración de las distintas ocasiones en que los realistas quebraron juramentos y demostraron no tener intenciones de pacificación para con los pueblos de Sudamérica. (Nuevo diálogo patriótico entre Ramón Contreras, gaucho de la Guardia del Monte, y Jacinto Chano, capataz de una estancia en las Islas del Tordillo, /1822 / )

– Los festejos conmemorativos del aniversario de la Revolución del 25de mayo de 1810, que mantuvieron en el Río de la Plata el nombre de Fiestas Mayas tradicional en España para los rituales conectados, desde la prehistoria europea, con del solsticio de verano. La obra describe las celebraciones habidas en Buenos Aires en 1822, según los comprende y los vive un gaucho de la Guardia de San Miguel del Monte (Relación que hace el gaucho Ramón Contreras a Jacinto Chano, de todo lo que vio en las Fiestas Mayas en Buenos Aires, en el año 1822, / 1822 /)

– La inauguración del cementerio conocido hoy en Buenos Aires como

«de la Recoleta» (Décima a un elogio del decreto de erección del Cementerio del Norte / 1822 / ) .

En muchos casos los mismos temas han recibido por parte del autor un tratamiento dentro de lo que hemos denominado «composiciones en metros de norma culta» y otro en lo que llamamos «composiciones en metros de uso popular», entre las cuales se encuentra la más célebre producción de Hidalgo: sus versos “gauchescos”.

 

Los versos sanmartinianos de Bartolomé Hidalgo.

Naturalmente, es imposible queyo pretenda retener más largamente la atención del distinguido público con la lectura de todos los versos que Bartolomé Hidalgo dedicó al Libertador General San Martín. Solamente leeré algunos, de distintos estilos, incluidos en obras de diversos géneros, donde la condición de “poeta sanmartiniano” que he tratado de defender, sobresale con evidencia.

Para empezar, he aquí los primeros en que, sin nombrar al gran jefe, hacen referencia a la derrota de los realistas en el combate de San Lorenzo, contenidos en el una de sus piezas escénicas, el  Unipersonal “Sentimientos de un patricio”, escrito en Montevideo en 1816. La escena está concebida como de fuerte impacto y el actor, en uniforme de oficial “con espuelas, sable y látigo”  dice,  en el final de una de sus tiradas poética:

Del Paraná las náyades alegres

la acción celebran, cuando en San Lorenzo

perdió el tirano; y luego bulliciosas

tienden por la planicie sus cabellos…

Hay que esperar hasta 1818 para que Hidalgo, en varias composiciones que le han sido unánimemente atribuidas, elogie a San Martín. Así lo hace en El Triunfo, Unipersonal con intermedios de música dedicado al Exmo. Supremo Director. La escenografía indica “Salón adornado con la mayor magnificencia; colocado el busto del General San Martín, la música habrá tocado un rasgo agradable; al concluirse saldrá el actor vestido de particular, y quedará sobre la izquierda mirando el retrato, y después dirá, convirtiéndose al público: “La sonorosa trompa de la Fama…”(verso ya estudiado por su  repetición en dos piezas atribuidas al mismo autor, por el académico Pedro Luis Barcia en su erudita versión de La Lira argentina)….Varias tiradas después, con intermedios musicales se dice:

 

Ved resonar de SAN MARTÍN el nombre

por las llanuras y encumbrados cerros;

ved al anciano que de gozo llora,

y con trémulas manos pide al Cielo

dilate la existencia a un ciudadano

que consagra a la patria vida y celo.

No le turba el contraste que sufriera

el día diez y nueve, que su aliento

con la mezcla del bien y la desgracia

brilló, y brilló otra vez; reúne presto

sus divisiones que venganza eterna

repiten, y se agitan en secreto.

Fue efímera la dicha del contrario

cual resplandor que arroja en el momento

de consumirse la luciente antorcha

y a noche triste es condenada luego.

Héroe de Chacabuco, tu presides

la independencia del indiano suelo:

tu surcaste afanoso el ancho Oceano

Por tomar parte en nuestro justo empeño,

y odiando el crimen, la virtud amando,

instruyendo a los libres con desvelo,

supiste sus deberes enseñarles

a la par de sus ínclitos derechos.

Héroe del gran Maipú, sitio admirable,

sitio de sangre, llanto y de trofeos

donde la tiranía halló su tumba,

y nuestra libertad su augusto templo!

¡Tú viste a SAN MARTÍN a la cabeza

de los bravos con ánimo sereno!

Desprecian el peligro con tal jefe,

su sangre a borbotones mancha el suelo

¡Qué importa, más el pecho les inflama!

Gritan, viva la PATRIA, y dando al viento

los pabellones de la independencia

disputan sable en mano, y cuerpo a cuerpo.

Por ese entonces Hidalgo lucha por sus ideales, con talento siempre y a menudo con ironía como lo hace en el Soneto contra el autor de la crítica a la Oda de la Secretaría de la Asamblea cantando los triunfos de la patria por la acción de Maipú / … /, / 1818 / ), acaso escrita por un portugués ya que, instalada la prosopopeya,   “la América indignada”,  “al capoeiro autor de la invectiva” envía “su musa a una botica confinada” y, con referencia seguramente clara para los de su tiempo indica “entre tarros de ungüento se le estiba,/  repose allí en buen hora la malvada,/  donde ha pecado el galardón reciba”. En ese mismo año la voz de Hidalgo- poeta- neoclásico comienza a enmascararse tras la estampa de un gaucho porteño, Ramón Contreras,  desdoblado más tarde en otro que, naturalmente, será el verbo del mismo poeta: Chano, el cantor.  Y ¿cómo encaran los gauchos las referencias a José de San Martín? Para muestra basten las estrofas del primer Cielito patriótico en que lo nombra, referido, también él a la Batalla de Maipú:

 

E.2.1.1.3.5.– Cielito patriótico que compuso un gaucho para cantar la acción de Maipú (1818)

 

No me neguéis este día

Cuerditas vuestro favor,

Y contaré en el CIELITO

De Maipú la grande acción.

Cielo, cielito que sí,                           5

Cielito de Chacabuco,

Si Marcó perdió el envite,

Osorio no ganó el truco.

En el paraje mentado

Que llaman Cancha Rayada,              10

el General SAN MARTÍN

Llegó con la grande Armada.

Cielito, cielo que sí,

Era la gente lucida,

Y todos mozos amargos                      15

Para hacer una envestida.

Lo saben los enemigos

Y al grito ya se vinieron,

Y sin poder evitarlo

Nuestro campo sorprendieron.            20

Cielito, cielo que sí,

Cielito del almidón,

No te aflijas godo viejo

Que ya te darán jabón.

De noche avanzaron ellos                    25

Y allá tuvieron sus tratos;

Compraron barato, es cierto,

¡Qué malo es comprar barato!

Cielito, cielo que sí,

Le dijo el sapo a la rana,                       30

Cantá esta noche a tu gusto

Y nos veremos mañana.

Se reúnen los dispersos

Y marchan las divisiones,

Y ya andaban los paisanos                     35

Con muy malas intenciones.

Allá va cielo, y más cielo,

Cielito de la cadena,

Para disfrutar placeres

Es preciso sentir penas.                          40

Pero ¡bien ayga los indios!

Ni por el diablo aflojaron,

Mueran todos los gallegos,

VIVA LA PATRIA, gritaron.

Cielito digo que no,                               45

No embrome amigo Fernando,

Si la Patria ha de ser libre

Para qué anda reculando.

Al fin el cinco de abril

Se vieron las dos armadas                     50

En el arroyo Maipú,

Que hace como una quebrada.

Cielito, cielo que no,

Cielito digo que sí,

Párese mi don Osorio                            55

Que allá va ya SAN MARTÍN.

Empiezan a menear bala

Los godos con los cañones,

Y al humo ya se metieron

Todos nuestros batallones.                    60

Cielito, cielo que sí,

Cielo de la madriguera,

Cuanto el godo pestañó

Quedó como tapadera.

Peleó con mucho coraje                        65

La soldadesca de España,

Habían sido guapos viejos

Pero no por la mañana.

Cielo, cielito que sí,

La sangre amigo corría                          70

A juntarse con el agua

Que del arroyo salía.

Cargaron nuestros soldados

Y pelaron los latones,

Y todo lo que cargaron                           75

Flaquearon los guapetones.

Cielito, cielo de flores,

Los de lanza atropellaron;

Pero del caballo, amigo,

Limpitos me los sacaron.                         80

Osorio salió matando

Al concluirse la contienda,

Sin saber hasta el presente

Dónde fue a tirar la rienda.

Cielito, cielo que sí,                                  85

Cielito de los reveses;

Nos ganaron el albur

Y perdieron los entreses.

Godos como infierno, amigo,

En ese día murieron,                                  90

Porque el Patriota es temible

En gritando al entrevero.

Cielo, cielito que sí,

Hubo tajos que era risa,

A uno el lomo le pusieron                          95

Como pliegues de camisa.

Quedó el campo enteramente

Por nuestros americanos,

Y Chile libre quedó

Para siempre de tiranos.                      100

Cielito, cielo que sí,

Por ser el godo tan terco,

Se ha quedado el infeliz

Como avestruz contra el cerco.

Hubo muchos prisioneros                   105

De resultas del combate,

Y según todas las señas

No les habían dado mate.

Cielito, cielo que sí,

Americanos unión.                               110

Y díganle al rey Fernando

Que mande otra expedición.

Ya, españoles, se acabó

El tiempo de un tal Pizarro,

Ahora como se descuiden                     115

Les ha de apretar el carro.

Cielito, cielo que sí,

Cielito del disimulo,

De balde tiran la taba

Porque siempre han de echar culo.          120

Ya puede el virrey de Lima

Echar su barba en remojo,

Si quiere librar el cuero

Vaya largando el abrojo.

Cielito, cielo que sí,                                 125

Largue el mono, no sea primo,

Porque cuanto se resista

Ya quedó como racimo.

Viva nuestra libertad

Y el general SAN MARTÍN,                     130

Y publíquelo la Fama

Con su sonoro clarín.

Cielito, cielo que sí,

De Maipú la competencia

Consolidó para siempre                             135

Nuestra augusta independencia.

Viva el Gobierno presente

Que por su constancia y celo

Ha hecho florecer la causa

De nuestro nativo suelo.                             140

Cielito, cielo que sí,

Vivan las Autoridades,

Y también que viva yo

Para cantar las verdades.

Más humanitario, y acaso más justo que los de muchos guerreros y estadistas, el ideario de Bartolomé Hidalgo debería ser considerado un símbolo de la unión permanente entre ambas Naciones del Plata y como un ejemplo moderador universal de todo desborde generado por el poder. Sufrió crueles dolencias físicas, pérdidas afectivas pero valoró siempre el don del patriotismo y lo honró hasta el fin.

El Libertador San Martín, por su parte,  más allá de las tradiciones  y  de las emergencias de un primordial pensamiento mítico,  fue un arquetipo del “héroe civilizador” de los estados modernos.  Quiso desterrar las instancias irracionales del salvajismo y superar los fanatismos de la barbarie cualquiera fuera su origen. Su código de ética privada, claro, recto y avanzado para la época, quedó plasmado en las notables Máximas para su hija.  Su concepción de la ética pública tiene por rúbrica el generoso alejamiento del campo de la guerra,  tras la entrevista de Guayaquil.  Su religiosidad, por él nunca negada,  se manifestó  junto a la de los pueblos  que  libertó en los momentos culminantes de su  actuación  y lo hizo también  en su testamento que comienza por  una clara  definición de creyente. Si bien desafió a veces convencionalismos externos y  no  aceptaba supersticiones ni fetichismos era,  fundamentalmente, un hombre bueno. Lo mismo que hemos dicho respecto de Bartolomé Hidalgo, aunque en un muy diverso contexto existencial: sufrió crueles dolencias físicas, pérdidas afectivas  y muchas injusticias, pero valoró siempre el don del patriotismo y lo honró hasta el fin.

CONCLUSIÓN

José Francisco de San Martín y Matorras y Bartolomé José Hidalgo y Ximénez, vivieron existencias muy distintas, pero sus ideales quedaron claramente afirmados en acciones y palabras. Por ello he querido destacar, en este tiempo de procuradas incertidumbres, la condición de poeta sanmartiniano que mantuvo Bartolomé Hidalgo como testimonio cierto y pluricultural de la sociedad  rioplatense de su época.


[1] Nota recibida del  Ministro Plenipotenciario Carlos Dellepina Cálcena , asistente a la lectura de  esta conferencia :  Respecto a lo que escribió nuestro recordado amigo oriental, sobre que las hojas de las armas blancas eran sólo lisas, carentes de grabados, es un verdad a medias. Muchos facones -en especial los caroneros, de hoja larga- fueron confeccionados por los plateros del siglo XIX con hojas de viejas espadas de origen español, traídas para su uso al Río de la Plata en los siglos XVII y XVIII y luego quedadas en él. He tenido en mis manos varios con hojas labradas y recuerdo uno en especial, que además de adornos, tenía en cada lado de la hoja la inscripción: De un lado: Por mi Ley y en la otra cara: Y por mi rey. Es propiedad de mi pariente y amigo Enrique Bustos Correas, de la ciudad de Córdoba.


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