Carta a un paisano francés
Bien sé que la decisión del gobierno del presidente François Hollande en el sentido de disminuir el número de regiones de Francia ha entristecido su corazón. La idea de que desaparezca del mapa su “pays”, cargado de historias trascendentes, territorio donde se han enclavado desde hace siglos universidades del más alto prestigio mundial, santuarios venerados, catedrales y capillas irrepetibles, castillos y pueblos, auténticos lugares, testigos de la vida de sus paisanos que siguen teniendo vigencia simbólica como sólidos soportes de su identidad personal y colectiva, le resulta intolerable.
No obstante, si se lo piensa bien, hay razones de buen gobierno que justifican la actitud de las autoridades aunque tal vez, en el primer intento, la manera de expresarlas y de proponérselas a usted no ha sido la mejor.
Seguramente, el diálogo inteligente que caracteriza a la democracia francesa, su unitarismo capaz de superar en participación ciudadana a muchos federalismos nominales, ha de privar para recoger las mejores primicias de la voluntad popular sin dejar de adoptar medidas que, en definitiva, son para el bien de toda la Nación. Es casi general, al menos ocurre en muchos países, que la atomización de las delegaciones de poder se convierta en una fuente de perjuicios económicos y sociales. La necesidad de que, en cada municipio o unidad territorial equivalente, haya una suerte de corte de funcionarios y asesores, significa una fuerte erogación para el erario público nacional. Sus designaciones muchas veces debidas a amistades o a propósitos electoralistas, dan lugar a actos de poca transparencia administrativa. Las funciones se debilitan en intensidad y se reducen en espacio. Los impuestos van a parar en mayor proporción a las arcas burocráticas que a mejorar el nivel de vida de los ciudadanos. Bien sabemos de esto los argentinos.
Es cierto que, las grandes regiones francesas tienen larga historia y, lo que es mejor, propias, diversas y heroicas efemérides a veces consideradas incompatibles con una posible fusión. Los nombres de las regiones de la Francia metropolitana (sin contar aquí los de los doce territorios franceses de ultramar), constituyen una suerte de maravillosa invitación a pensar en la prehistoria y la historia de Europa: Alsacia; Aquitania; Auvernia; Borgoña; Bretaña;; Centro – Valle del Loira; Champaña-Ardenas;; Córcega; Franco Condado; París-Isla de Francia; Languedoc-Rosellón; Lemosín; Lorena; Midi-Pyrénées; Norte-Paso de Calais; Normandía; Países del Loira; Picardía; Poitou-Charentes; Provenza-Alpes-Costa Azul; Ródano-Alpes y Riviera-Costa Azul. Estas las regiones actuales no han sido formadas al azar sino que surgen de procesos históricos a veces tan dramáticos como el que involucra a Alsacia y Lorena, hoy centro de algunas de las mayores manifestaciones de rechazo al nuevo proyecto Las regiones francesas no poseen autonomía legislativa, sino que reciben del estado una parte consecuente de los impuestos nacionales que pueden disponer y repartir según sus necesidades. Pero existen, según datos difundidos públicamente, 96 departamentos , cada uno de los cuales posee un Consejo General elegido por seis años por sufragio directo, 879 cantones, división más pequeña, sobre todo a efectos electorales, 36.571 comunas, equivalentes al municipio. Y también las llamadas Intercomunidades de Francia, equivalentes a un concepto de Mancomunidad que agrupa dentro de un mismo departamento a varias comunas.
Los gobiernos franceses del siglo XX ya han intervenido en este tema promulgando leyes como la de descentralización de 1982, bajo la presidencia de François Mitterrand, y la consagración constitucional de las regiones de 2003 en la presidencia de Jacques Chirac. Hollande anuncia su reducción a 14 regiones «con el fin de reforzarlas” y se propone, en principio, eliminar los consejos generales, para recortar ese nivel administrativo, sin suprimir los departamentos.
Pero hay algo sumamente importante en la legislación de Francia que habla, una vez más del “buen sentido” y de la inteligencia de este pueblo admirable. Nos referimos al “Código general de las colectividades territoriales” (Ley del 24 de febrero de 1996), cuyo Capítulo único afirma 1) Las regiones son colectividades territoriales. Ellas son creadas en los límites territoriales precedentemente reconocidos a los establecimientos públicos regionales. 2) Las regiones pueden realizar convenios con el Estado o con otras colectividades territoriales o sus agrupamientos, para llevar a cabo acciones de su competencia; 3) La creación y la organización de las regiones metropolitanas y de ultramar no puedan atentar contra la unidad de la República ni contra la integridad del territorio.
Este último artículo citado resulta fundamental e insoslayable como lema de todo intento de desmembramiento nacional, en el marco de las libertades que otorgan los dos primeros de la mencionada ley. Su aplicación con ventajas podría extenderse a otras naciones de Europa en este momento crítico en que movimientos separatistas, crecidos al amparo de la crisis económica, aquejan a varias naciones, especialmente a Gran Bretaña en conflicto con Escocia y a España frente al viejo planteo catalán, y amenazan con debilitar la necesaria unidad política y moral de la Unión Europea,
Querido amigo: el genio de Francia, que es el suyo y el de todos los sectores de esta nación admirable, ha de hallar, estoy segura, los caminos más adecuados para sanear situaciones sociales, económicas y políticas que no parecen hallarse de acuerdo con las necesidades del siglo XXI, ni en su país ni en otras partes del mundo moderno. Eso sí, lo importante es que se mantenga en el pueblo francés la valoración de sus patrimonios culturales, con toda la fuerza heredada de la tradición local y regional. Lejos de imperar lo que ahora es visto por las autoridades nacionales como “un sentimiento de abandono” y un “debilitamiento del sentido local de pertenencia”, es necesario crear conciencia pública de que la regionalización administrativa no ha de atentar contra la existencia de áreas culturales donde el patrimonio consuetudinario cimienta identidades de las cuales se enorgullece cada “pays”. Deberá el gobierno atender a que quienes pierdan cargos públicos puedan insertarse en nuevos emprendimientos locales de actividad privada, con beneficios para el esfuerzo y derrame de bienes en toda la comunidad. Deberán ocuparse de ello la educación, el turismo, la labor editorial, los antiguos gremios actualizados pero con el alto prestigio emblemático de su pasado: todo ello mediante el apoyo insustituible de las familias. En cuanto a las fusiones, no deja de ser interesante recordar que las identidades se afianzan frente a la alteridad próxima y que, acaso, nunca se vean más reforzadas las esencias tradicionales de una región que cuando, administrativamente, deba compartir funciones burocráticas con otras cuyos patrimonios culturales siente como ajenos, aún en un marco de fraternidad nacional.
Los gobernantes deberán ahorrarle a usted, querido paisano, la angustiosa presunción de que, como consecuencia de la nueva regionalización , puedan perder presencia nacional y hasta vigor local las características de la lengua, de la literatura y de las otras artes regionales, la memoria histórica no adulterada de los antepasados arraigados en su tierra, las inefables esencias de sus perfumes, la ciencia, empírica en principio, con que hasta hoy se elaboran sus vinos, el cultivo de su famosa gastronomía local, incluso las formas y los nombres de sus panes y quesos, la vestimenta rural que es aún su gusto conservar y lucir, en ocasiones, más allá de todos los avances de la modernidad líquida.
Lo acompaño en su situación de expectativa. Lo saludo y lo abrazo
Olga Fernández Latour de Botas*
* Presidenta de FERLABÓ. Chevalier dans l’Ordre des Palmes Acadèmiques