AQUEL MAL PASO DEL VIRREY SOBRE MONTE

marzo 31, 2010 in HISTORIA | Comments (0)

Por Olga Fernández Latour de Botas

– Introducción.

Doscientos años han transcurrido desde que se produjo la primera invasión inglesa en el Río de la Plata . Este tema ha sido tratado por numerosos historiadores y visto desde perspectivas diversas entre las cuales no está ausente la que proporciona la literatura y particularmente, la poesía. Mientras preparaba, por encargo del Dr. Ricardo Caillet-Bois, el libro Cantares Históricos de la Tradición Argentina , que había de publicar la Comisión Nacional Ejecutiva del 150 º Aniversario de la Revolución de Mayo, quien esto escribe recibió del Dr. Raúl A. Molina un grato presente: quince fichas de cartulina en las cuales se habían transcripto dos composiciones en verso de un legajo guardado en el Archivo General de la Nación.
La pieza que aparece en segundo término bajo el título de Soneto y la subsiguiente Glosa en octavas a dicho soneto, fueron incorporadas a nuestra obra antes citada, y la que está en primer lugar, bajo el título de Cuartillas al Marqués de Sobremonte por su fuga al interior, durante las invasiones inglesas, guardada para confirmar detalles del texto . De todos modos, en los dos casos, quedaba reforzada la impresión que las coplas anónimas conservadas por tradición oral dejan respecto de la desafortunada actuación del Virrey Sobre Monte en aquel momento de su gestión gubernativa y de la mala fama que quedó, respecto de su persona, en la memoria popular. Muchos otros datos históricos sobre el comportamiento de este señor, en diversas funciones y variados lugares del territorio rioplatense, reflejan una imagen distinta. ¿Por qué entonces aquel ensañado bombardeo poético?
En el siguiente artículo hemos querido retomar los versos y profundizar en las causas que los generaron, tanto en el orden de la comunicación popular, como en el literario y, especialmente en el de la vida cotidiana de la sociedad virreinal rioplatense cuyos valores reflejan.

– Fama y Fortuna: dos diosas muy versátiles.

Fama y Fortuna eran dos diosas alegóricas de los griegos y los romanos .
Fama, llamada por el dramaturgo Sófocles “hija de la Esperanza”, tenía templos en Atenas y en Roma y fue considerada, desde los tiempos de Homero, como hija y mensajera del padre de los dioses. La Fama representa los rumores vagos, sin origen conocido, que propagan por el mundo la noticia de algún hecho extraordinario, como la relacionada, en la tradición de nuestras pampas, con Santos Vega o José Santos Vega, el mítico payador del Tuyú conocido como “aquel de la larga fama”.
El cancionero popular argentino las menciona a ambas con notable frecuencia.
Una injusta carga de mal entendida femineidad, al calificársela de habladora e indiscreta, hace que La Fama sea considerada “vocinglera” en estrofas como las que recuerdan las proezas de los patriotas de la batalla de Salta y desarrollan el tema

Ahí te mando, primo, el sable,
No va como yo quisiera.
De Tucumán es la vaina
Y de Salta la contera.

cuya última décima glosadora dice así:

Por fin, ese regimiento
Llamado Número Uno,
Con un valor importuno
Me ha dado duro escarmiento;
Y es tanto mi sentimiento
Que yo existir no quisiera,
Pues la Fama vocinglera
Publicará hasta Lovaina
Que es de Tucumán la vaina
Y de Salta la contera.

No obstante ser temible, Fama aparece – de acuerdo con su condición femenina- como un bien deseable, que es necesario poseer y no perder. Por eso dice la copla

El ser negro no es ofensa,
ni es color que quita fama,
que también el charol luce
al pie de la mejor dama. Jujuy 231.

Fortuna, hija del Océano y de Tetis, según Hesíodo, que tuvo numerosos templos en Grecia y en Roma, presidía los sucesos de la vida distribuyendo “ciegamente” los bienes y los males, por lo que se usa su nombre como sinónimo de “suerte” y ella, por tal condición “aleatoria”, es retratada como caprichosa, inestable, a veces traidora, como lo proclaman muchas de las piezas recogidas tanto en compilaciones cortesanas españolas, como el famoso Cancionero de Juan Alfonso de Baena, como en los Cancioneros populares de don Juan Alfonso Carrizo y de otros recopiladores de cantares de la tradición oral argentina. Ya que estábamos viendo el de Jujuy seguiré con éste para brindar una mínima ejemplificación que puede extenderse a todo el territorio argentino y excederlo, naturalmente, puesto que se trata de coplas de origen español en sus correspondientes variantes localizadas en tierras de América.

¿Dónde me llevas, Fortuna,
De esta manera rodando
Sin saber dónde ha de ser
De mi triste vida el cabo? Carrizo, J.A, 1935, Nº 37

O bien

Anda, fortuna traidora,
Ya me has golpiado y te has ido’es
lo que me has andao queriendo
tanto que me has perseguido. Carrizo, J.A., 1935, Nº 911.

Y asimismo:

La fortuna ha sido siempre
de la memoria enemiga,
porque al /sic/ hombre a quien merece
de sus amigos /se/ olvida . Carrizo, J. A, 1935, Nº 286

Y recordemos nosotros que a menudo, según lo dicho por Fedro en su fábula “Uulpis ad personam tragicam” (El zorro y la máscara de tragedia”) , “quibus honorem et gloriam / Fortuna tribuit, sensum communem abstulit” ( “a quienes honor y gloria la Fortuna concede / el sentido común les quita”) , por lo que se comprueba que, desde antiguo, esta deidad se ha mostrado veleidosa y muchas veces maligna
En resumen, Fama y Fortuna son tan agraciadas como esquivas y, si así lo mandan sus designios, capaces de cambiar el destino de un hombre, de anular sus virtudes, de debilitar sus facultades y de exponerlo al desprecio y hasta a las injurias de la sociedad.
– La Fama, la Poesía y los infortunios.
Parece ser una constante histórica que, cuando las musas de la Poesía ( regida por Calíope en la épica y por Euterpe en la lírica ) y la Fama, se asocian, pueden lograr para un mortal tanto los mayores bienes de Fortuna como los más terribles males relacionados con el infortunio y la difamación.
De lo primero dan cuenta -en la literatura universal y en las particulares de cada comunidad, por pequeña que sea- las epopeyas, que narran los hechos de sus héroes y las composiciones líricas que los elogian y exaltan. Y por cierto que en ambos casos, los desafortunados que se presentan como enemigos de aquellos próceres son objeto de terribles anatemas difamatorios … pero eso es lo normal si se entiende a las manifestaciones de las potencias espirituales como encarnaciones del Bien o del Mal, respectivamente.
Lo que no es tan fácilmente justificable, pero sí bastante frecuente, es que la Poesía, especialmente si se transmite asociada a la música y al canto, sea capaz de socavar los cimientos del buen nombre de un hombre ( o de una mujer) y, muchas veces ir más allá de lo razonable con la burla y el descrédito. Como no hemos tenido acceso a testimonios al respecto procedentes de todos los ámbitos culturales del mundo, diremos que el hecho se registra tanto en Europa como en América, y tanto en la tradición oral como en la escrita. Por ejemplo, Joseph Canteloube en su obra Les Chants des provinces françaises tras aludir a las canciones militares, da la siguiente noticia que traduzco:

La de la Palice, tan conocida, muestra como una canción popular puede a veces modificarse. Jacques II de Chabannes la Palice, lugarteniente general del Rey en Bourbonnais de Auvergne, fue uno de los mejores jefes militares de su época. Acompañó a Carlos VIII a la conquista de Nápoles, a Luis XII y a Francisco 1º a las guerras de Italia. Mariscal de Francia, héroe de la batalla de Marignan, fue muerto en la de Pavia, en 1525, tras haber hecho prodigios de heroísmo. Sus soldados, que lo adoraban, compusieron esta cuarteta que fue célebre:

Hélas! La Palice est mort, ¡Ay ! La Palice fue muerto
Il est mort devant Pavie ! Fue muerto frente a Pavia
Hélas, s’il n’était pas mort ¡Ay ! Si no hubiera muerto
Il ferait encore envie ! Aún provocaría envidia

Jugando – por malicia o ignorancia- con el equívoco de la antigua grafía que daba a la letra “f” la forma de la “s”, un copista escribió:

Hélas, s’il n’était pas mort ¡Ay! Si no hubiera muerto
Il serait encore en vie! Todavía estaría vivo.

Es sin duda , ese último verso, así transcripto, lo que dio a Bernard de la Monnoye, en el siglo XVIII, la idea de escribir su canción sobre el señor de La Palice, canción que, de un gran hombre de guerra, hizo un necio.

Otro caso, distinto, pero con repercusiones en el cancionero infantil de nuestro país, es el de un cantar que nombra a Juan Prim y Prats, general y político español quien, tras haber hecho proclamar rey de España a Amadeo de Saboya, fue herido de muerte en la calle del Turco de Madrid, el 27 de diciembre de 1870, pocos días antes de llegar a la corte el nuevo soberano. Fernando Díaz-Plaja, en su libro Verso y Prosa de la Historia Española , se ocupa de este hecho, y transcribe parte de una composición narrativa en octavillas que toma a su vez de la obra de R. Oliver Bertrand El caballero Prim ( t. II, pp. 383 y sigs.) y llama “romancillo popular o cante de ciegos”. En la Argentina, la Colección de Folklore de 1921 registra varias versiones ( procedentes de Entre Ríos, de Capital Federal y de San Juan) de un cantar que alude al asesinato de Prim y Prats. Está compuesto en cuartetas heptasilábicas romanceadas ( 7 abcb ) y, según la indicación del legajo 71 de Entre Ríos, donde se anota hasta la música correspondiente, “lo cantaban los niños jugando a la ronda”. La letra de la versión entrerriana dice:

A Juan Prim lo mataron A las diez de la noche
Siendo un hombre valiente, Lo mataron a Prim
Quien lo vino a matar Sentadito en su coche
Fueron dos insolentes. Con la guardia civil.

Al salir del Palacio Por muy chico que sea
Le gritó un general: Mañana creceré
-Vaya usted con cuidado Y a la muerte de Prim
Que lo van a matar Yo bien la vengaré!

La versión de San Juan (Leg. 141, 2º envío), compuesta por sólo dos cuartetas, presenta variantes:

En la calle del Turco
Lo mataron a Prim
Sentadito en su coche
Con la guardia civil.

Prim como era valiente
A la plaza salió,´
Le tiraron tres tiros
Y al tercero murió.

Como se ve, la Fama no trató mal a Prim como lo había hecho con La Palice, pero la circunstancia de que su trágica muerte pasara a ser tema de una ronda infantil indica un cambio de función del trágico suceso en la recepción popular y una pérdida de solemnidad, compensada por el aumento del afecto hacia el personaje, que se evidencia en las citadas letras del cancionero lúdicro de los niños de América.

Por fin, el más paradigmático de los muchos casos en que Fama, Fortuna y Poesía conspiran para inmortalizar una imagen distorsionada de ciertos personajes históricos, es el caso del general Juan Churchill, duque de Marlborough a quien algunos estudiosos han asociado con la famosa canción infantil que en Francia comienza diciendo

Malbrú s’en va-t’en guerre
Mironton,ton ton, mirontaine,
Malbrú s’en va-t’en guerre
Qui sait quand reviendra…….

Y en las naciones de habla hispana

Mambrú se fue a la guerra
Que dolor, que dolor, que pena
Mambrú se fue a la guerra,
No se cuándo vendrá….

Juan Alfonso Carrizo ha indagado con su habitual erudición en el origen de este popular cantarcito en varias de sus obras y sobre todo en el libro de publicación póstuma Rimas y juegos infantiles. Volumen I y ha preferido rechazar esta conexión británica ( ya desechada por Milá y Fontanals y aceptar la tesis de Henri Davenson quien considera que este cantar infantil es “una refección tardía de dos cantares del siglo XVI” aparecida en 1781. Según el autor transcripto por Carrizo, el tema inicial se remonta a la Edad Media, y ello está atestiguado embrionariamente por una “chanson de toile” de la primera mitad del siglo XII titulada “La Belle Doette as fenestres se siet “. A fines del siglo XVIII, siempre según Davenson- el tema se muestra completamente elaborado en la canción del Príncipe de Orange ( 1502-1530) , cuyo texto en francés lo muestra como un romance (8 abcbdbeb…) que comienza diciendo ( la traducción es nuestra) :

Le beau prince d’Orange El bello príncipe de Orange
S’est un peu trop pressé ; demasiado se apuró ;
Il fit son équipage preparó su equipaje,
A choeval est monté …. a caballo montó…..

En lo que sigue del texto aparecen los motivos narrativos principales del conocido romance de Mambrú: la decisión de ir a la guerra ( en este caso al sitio de Saint-Dizier en Champagne); la promesa de volver para Pascua o para Navidad ( que en otras versiones más lógicas cantamos diciendo “ o para Trinidad”); el frustrado regreso del bello príncipe; la pena de su esposa; la llegada de un mensajero (paje) ; la noticia de que el protagonista está muerto y de que el mensajero ha visto cómo cuatro franciscanos (nosotros decimos “cuatro(s) oficiales, / un cura, un sacristán”) lo llevaban a enterrar. Juan Alfonso Carrizo destaca en sus fuentes algunos anacronismos como que el mencionado sitio fue llevado a cabo por Carlos V en 1544, año en el cual es probable que hayan sido compuestos los versos, según Davenson. Por fin, y siempre según esta rigurosa fuente, se observa que la segunda parte del cantar de – cito a Carrizo- “el sepelio de los restos del infortunado Malbrouck, Malbrú o Mambrú” , parece provenir de un cantar sobre el entierro del duque de Guisa (1563), canción que fue impresa más de dos siglos después y que comienza:

Qui veut ouir chanson ? ¿ Quién quiere oír una canción?
C’est du grand duc de Guise Es del gran duque de Guisa
Qui est mot et enterré Que está muerto y enterrado
Aux quatre coins du poêle… En las cuatro esquinas del paño (mortuorio)…

Es evidente que Carrizo y seguramente también su fuente, han desechado toda relación entre aquel “infortunado Malbrouck…” y John Churchill duque de Marlborough, hombre de fortuna aunque de tortuosa vida, ya que, si fue dos veces traidor al rey de Inglaterra ( la primera por pasarse a las filas de Guillermo de Orange), se cubrió de gloria en las campañas de Irlanda, Países Bajos, Alemania y Francia, donde venció a los franceses en la batalla de Malplaquet ( 11 de septiembre de 1709). Tras haber sido encerrado por el rey Jacobo II en la Torre de Londres, recuperó su libertad cuando ocupó al trono la reina Ana y llegó a convertirse en uno de los personajes de mayor poder en la corte. Murió de muerte natural, a los 72 años, en 1722.
Según el Diccionario Enciclopédico Abreviado editado por Espasa-Calpe , y pese a las afirmaciones de los especialistas, priva el criterio de la mayoría y se afirma que, el dicho John Churchill : “Es el Mambrú de la canción popular”.
Entre los cantares populares argentinos hemos señalado antes de ahora algunos ejemplos de estos fenómenos curiosos como los que emergen de la historia nacional del siglo XIX con coplas y cantares “antijuaristas”, que daban al Presidente Juárez Celman el mote de “burrito cordobés” y cantaban en su caída.
Ya se fue, ya se fue
Ese burro cordobés,
Ya se fue, ya se fue
Para nunca más volver.

motes extensivos a sus simpatizantes como en

Anda dile a mi comadre
Que me preste su corral
Para encerrar a un juarista
Que se me ido sin bozal.

Antes de eso, encontramos muchas manifestaciones de este cancionero burlesco que adopta fórmulas tradicionales del canto popular y que, sobre esas matrices, crea coplas referentes a personajes del momento, como ocurrió en nuestro país hasta con una figura tan respetada por sus contemporáneos como la de Manuel Belgrano, a quien, en una letra de Cielito, sus soldados llaman informalmente “Chupas verdes” y con quien chancean por haberse descompuesto una partida charquis (de carne salada) destinada a su ejército.
Cielito, cielo que sí,
Cielito de Puente Márquez,
No te andés pintando, “Chupas”,
Que están podridos tus charquis.

Fray Francisco de Paula Castañeda, Juan Lavalle, Juan Manuel de Rosas, Manuel Oribe, Fructuoso Rivera y muchos otros hombres que, como ellos, gravitaron fuertemente en la historia rioplatense, fueron objeto de este tipo de tratamiento burlesco por medio del canto. Uno de ellos fue Giusseppe Garibaldi, el caudillo y patriota italiano que luchaba a favor de los sitiados en Montevideo. En septiembre de 1845 tomó por asalto el pueblo entrerriano de Gualeguaychú con el fin de proveerse de alimentos, ropas y arreos, y los chicos siguieron nombrándolo por varias generaciones en la popular ronda cuya letra –con verso final de isofonía itálica- dice:
Cuando Garibaldi
toca la corneta
todos los soldados
manyan la pulenta.

La música remeda el toque de clarín propio de una diana militar y ha sido documentada, más que cualquier otra de su género, con referencia a diversos personajes públicos, en todo el territorio donde hubo vida aldeana en nuestro país.
Pero el caso más divulgado de una copla que descalifica a un alto personaje de nuestra historia es la que dice:
Al primer cañonazo
De los valientes
Disparó Sobremonte
Con sus parientes.

Esta estrofa de seguidilla bastó para que muchas generaciones de niños, al menos en Buenos Aires, se forjaran una imagen desafortunada del personaje en cuestión. Y parece oportuno, a doscientos años de aquella “disparada” memorable, hacer algunas referencias a los hechos que, con tanta contundencia, se reflejan en la citada coplita.

– ¿Quién era Sobre Monte?
Rafael de Sobre Monte, Núñez, Castillo, Angulo, Bullón, Ramírez de Arellano, tercer marqués de Sobre Monte, era en verdad depositario de ese título nobiliario por su padre, marqués don Raimundo de Sobre Monte, militar y magistrado, caballero de la Orden de Carlos III y oidor de la Audiencia de Sevilla. Y esto es así aunque, en su Manual de la Historia Argentina /…/ , el señor Vicente Fidel López, arrastrado tal vez por la caprichosa Fortuna y la vocinglera Fama, nombre al gobernante como “Don Rafael Márquez de Sobremonte” y diga de él:
El señor Pino murió a principios de 1804, y lo sucedió el intendente gobernador de Córdoba don Rafael Márquez de Sobremonte, que algunos escriben Marqués sin decirnos a qué casa o apellidos de familia pertenecía.

El marqués Rafael de Sobre Monte había nacido en Sevilla el 27 de noviembre de 1745, y fue su madre doña María Ángela Núñez Angulo y Ramírez de Arellano. Destinado por su familia a la carrera militar, a los catorce años ingresó en el Regimiento de Reales Guardias Españolas, ascendió a teniente de infantería en 1761, pasó a América para prestar servicios en Cartagena de Indias durante tres años, regresó a España en 1764, fue trasladado a Ceuta como agregado al regimiento de infantería de Victoria; ascendido a capitán en 1769, volvió a América donde se desempeñó durante cinco años en Puerto Rico y, tras ser nombrado en comisión en el Río de la Plata secretario de la Inspección General de Infantería, en 1776, recibió la real orden que lo designaba para ocupar el cargo de secretario del Virreinato de Buenos Aires lo cual se hizo efectivo el 1º de enero de 1780.
Su actuación inicial en el Río de la Plata fue distinguida. Junto al virrey Juan José de Vértiz, logró que este excelente gobernante estimara sus condiciones personales y administrativas, por lo que, aunque destinado inicialmente a Salta, cuando se creó la Intendencia de Córdoba del Tucumán se lo nombró Gobernador-Intendente en 1783. Durante su período de gobierno con sede en Córdoba (fines de 1784- 1797) este buen discípulo de Vértiz realizó una labor encomiable. Según lo destaca el historiador de Córdoba, don Efraín Bischoff, tan pronto se hizo cargo de sus funciones, dividió la ciudad en seis cuarteles, para mejor atención del vecindario; fundó un hospital de mujeres; mandó limpiar y mejorar las calles; encargó el primer alumbrado público; hizo construir la primera acequia que llevó a Córdoba agua corriente del río Primero, organizó las defensas contra las crecientes del río y mandó configurar y adornar un paseo, que hoy lleva su nombre . Entre otros actos de buen gobierno, abrió también una “Escuela Gratuita ”, modificó el régimen de algunas escuelas conventuales, mandó abrir otras en la campaña, creó en la Universidad de San Carlos la cátedra de Derecho Civil y dejó constancia ante el Virrey de que era necesario instituir otras cátedras… Sobre Monte realizó una administración progresista, que no se limitó sólo a la renovación de la ciudad sino que se extendió al territorio de su Intendencia, se preocupó por la penosa situación de los habitantes de la campaña, alivió impuestos y contribuciones, impulsó notablemente la minería y exigió a los propietarios de yacimientos que mejoraran las condiciones de vida de los trabajadores. En cuanto a la relación con los indígenas, pactó mejoras para los que pagaban tributo y, para defender las poblaciones de los que organizaban frecuentes malones, mandó construir fortines y fundó poblados que hasta hoy conocemos como La Carlota, Río Cuarto, Santa Catalina, San Rafael, la Villa del Rosario y otros.
De su actuación en Córdoba se recoge una imagen positiva de Rafael de Sobre Monte que lo muestra como un hombre sensato y muy activo. No obstante, y aquí comienza tal vez la conspiración de Fama y Fortuna contra su popularidad, tuvo en la ciudad docta serios enfrentamientos con el Deán Gregorio Funes y con su hermano Ambrosio, quienes – según parece- no le perdonaron que hubiera dado preferencia a la orden franciscana sobre el clero secular en la conducción de la Universidad. Y no sería raro que la diosa vocinglera y la caprichosa deidad, en temible combinación, hubieran divulgado pasquines difamantes con una imagen adversa de Sobre Monte. Según lo expresa la periodista Amanda Paltrinieri en un ágil e inteligente artículo: “Cuando pisó suelo porteño, en 1797, como Subinspector General de las tropas veteranas y de las milicias de las provincias del Río de la Plata para ser nombrado virrey tiempo después, la mala prensa lo había precedido”
En efecto, para evaluar el desempeño militar que, antes de asumir como virrey, tuvo Sobre Monte en Buenos Aires, conviene destacar que realizó en el Uruguay campañas tan exitosas contra los portugueses que los hizo retroceder en su intento de lograr posiciones en la Banda Oriental más allá del Yaguarón . Y para que recordemos la responsabilidad histórica que le tocó vivir, conviene decir que, conjuntamente con su designación como virrey, le correspondió la dignidad de Presidente nato de la Real Audiencia Pretorial del Río de la Plata, institución creada por la corona española en los últimos tiempos del mandato del virrey Loreto (1784- 1789) que, con jurisdicción como Tribunal Superior de Apelaciones, llegaba sólo hasta Salta, pero cuyas atribuciones como Tribunal Contencioso en lo Administrativo abarcaban todo el virreinato. Una inigualada suma de poderes que, sin duda, atentó contra la probidad del hombre probo, contra la eficacia del militar avezado y contra la cordura del funcionario cuerdo
Acerca de su designación como cabeza del Virreinato consignan las Actas del Cabildo de Buenos Aires que, con fecha 13 de abril de 1804, se recibió pliego del señor Oidor Decano, quien, por muerte del Excelentísimo Señor Virrey don Joaquín del Pino, “avisa estar nombrado para Virrey de estas Provincias el Excelentísimo Señor Marquéz de Sobremonte”/…/ y, tras algunas consideraciones sobre el tema se consigna lo siguiente: “Igualmente acordaron pase oficio al Excelentísimo Señor Marquez de Sobremonte dandole enhorabuena en terminos bastante expresivos”. Además del curioso testimonio de retaceada expresividad que estas palabras dejan, se comprueba allí que , como lo anotó López, existían dudas en Buenos Aires sobre la condición nobiliaria del nuevo virrey y sobre la grafía de sus apellidos, ya que se escribe su título (marqués) con la forma del patronímico Marquez (una de las veces con acento en la “e”) y se consigna Sobremonte como una sola palabra en lugar de las dos, con que él siempre firmaba, lo que ha fijado esa forma errónea hasta en nuestros días.
La designación a que hemos hecho referencia consagraba a Sobre Monte como Virrey interino, pero, ya con fecha 26 de abril, trató el Cabildo las ventajas de confiarle el mando en propiedad en atención a virtudes que le reconocía, como “zelo, actividad, inteligencia, desinterés y cristiandad”, lo cual se concretó con las formalidades del caso el 6 de octubre de ese mismo año. Y decir que Sobre Monte se afincó con la máxima jerarquía política, militar y jurídica en la capital del Virreinato del Río de la Plata, conlleva la realidad de que lo hizo también su extensa y orgullosa familia.
La familia del nuevo virrey era realmente numerosa. Rafael de Sobre Monte se había casado en la catedral de Buenos Aires el 25 de abril de 1782, siendo él por entonces Teniente Coronel, con una distinguida joven porteña, nieta del portugalujo don Antonio de Larrazábal : doña Juana Nepomuceno María de Larrazábal y Quintana , nacida en Buenos Aires el 25 de julio de 1763 , quien – como era de rigor en las familias de
ascendencia vizcaína- tuvo su buena dote: una de las más altas que se pagaron en aquellos tiempos. Pese a que no todas las fuentes consignan los mismos datos – y atento a que no hemos procurado confirmarlos porque no ha sido éste el tema central de nuestra presente indagación- diremos que hay testimonios de que, entre 1783 y 1803, nacieron de este matrimonio catorce hijos, cuatro de ellos fallecidos a muy corta edad, cuyos nombres iniciales (ya que no cabe aquí consignar los completos por ser muchos los que llevaba cada uno, y en cinco casos con la repetición del que fue el santo de su madre “Juan Nepomuceno”) son : María del Carmen (Buenos Aires, 1783), Rafael Ignacio ( Buenos Aires, 1784), Marcos José (Córdoba, 1785), Ramón María Agustín (Córdoba 1786), José María (Córdoba, 1790), Ramón María de Santa María (Córdoba 1791), Manuel del Rosario (Córdoba, 1792), María Mercedes (Córdoba, 1793), María Josefa (Córdoba, 1795), Juana Nepomuceno María (Córdoba, 1796) , José María Ramón (Buenos Aires, 1798), José María Agustín (Buenos Aires, 1799), Ramón José Agustín ( Montevideo, 1801) y José Agustín María (Buenos Aires, 1803) .
Inicialmente, el virrey Sobre Monte quiso continuar en Buenos Aires con sus acciones constructivas y pacíficas, fundaciones de pueblos y cuidados sanitarios de la población. Tomó medidas oportunas para regular la oferta y la demanda de artículos de primera necesidad; habilitó dos mercados de trigo, uno en el barrio del Retiro y el otro en el del sur, encargando al Cabildo el control de precios; facilitó gratuitamente a los agricultores, en momentos de escasez y necesidad, semilla de trigo para la siembra proporcionándola al pósito o alhóndiga pública que administraba el Cabildo; autorizó la exportación de harinas y carnes saladas a Cuba y aún dio algunas autorizaciones a barcos extranjeros para que descargaran mercaderías en Buenos Aires y a armadores rioplatenses para que llevaran frutos del país a otras colonias, lo cual fue protestado por el Consulado obligándole a cancelar los permisos . En cuanto a los aspectos estratégicos y defensivos de su función como militar debe decirse que, antes de su designación como virrey, en 1801, había tomado ya previsiones contra posibles ataques desde el exterior ( probabilidad de la cual se venía hablando desde los tiempos de Vértiz ), con la implantación del Reglamento de su creación que duplicaba los efectivos militares y extendía el concepto del servicio militar, como obligación general, a todo el territorio del Virreinato.
Además de todo ello, que no era poco, tenía entre manos el cumplimiento de ciertos proyectos ( o compromisos) en el terreno de lo personal, pues parece evidente que estaba en sus planes concretar al enlace de su hija mayor, Maria del Carmen a quien se llamaba familiarmente Mariquita, con un primo suyo ( es decir tío segundo de la joven), el aristocrático Juan Manuel Marín a quien, a la sazón, el virrey había designado en su entorno directo como Ayudante. Respecto de esta boda, Sobre Monte había de solicitar el consentimiento del valido del rey, Manuel Godoy, duque de Alcudia y Príncipe de la Paz, quien rigió los destinos de España hasta 1808.
Podría decirse que, a principios de 1805, todo era halagüeño en la vida del señor Virrey quien, a los sesenta años, parecía en situación de cosechar lo mucho que había sembrado. Pero lo cierto es que, por su cerrado grupo familiar, por cierta aspiración a acumular poder, por sus contactos tentadores con aventureros internacionales o… por la mala conjunción de Fama con Fortuna, Sobre Monte se había permitido cierta relajación en el propio cumplimiento de las normas administrativas y cierta falta de rigor respecto del contrabando que, en verdad, tal vez fuera sólo manifestación de su espíritu progresista, ya que siempre había tenido aquella ya mencionada intención de favorecer el comercio exterior que tuvo mala acogida en el Consulado y no pudo legalizarse como el virrey lo hubiera querido. Los aspectos peligrosos de su liberalidad hacia los extranjeros han sido sintética y cabalmente tratados por el escribano Oscar E. Carbone en un trabajo notable que ilustra especialmente respecto de su familiar amistad tanto con Guillermo White, comerciante estadounidense, radicado en Buenos Aires en 1797 ( y que durante las invasiones tendría activa actuación a favor de los británicos), como con un irlandés, capitán del ejército inglés, espía e intrigante llamado James Frances Burke, quien, desde su arribo a Buenos Aires en 1804, frecuentaba la residencia virreinal y tan pronto halagaba los oídos del señor de Sobre Monte como alentaba en criollos como Rodríguez Peña, Castelli, Belgrano y otros, las ideas de independencia.
Cabe la duda de si fue como cortina de humo sobre sus actos en beneficio del peculio familiar o como simple consecuencia de una exacerbación del ansia de honores y poder para sí y para los suyos, que el virrey Sobre Monte genera, a partir de la segunda mitad del año 1804, una serie de desafortunadas circunstancias que lo enfrentan con diversos sectores de la sociedad porteña, especialmente con los representantes del pueblo, los “individuos” del Ilustre Cabildo de Buenos Aires. Esto acontecía al tiempo que las borrascas de la política internacional se desencadenaban sobre nuestro hasta entonces apacible estuario, por lo que, a partir de allí, todos los actos del virrey , aún algunos que a primera vista parecen adecuados, carecieron del respeto del pueblo. Y en verdad debemos reconocer que la Historia ha desentrañado una tupida trama de intenciones que muestran la dimensión de las flaquezas del marqués de Sobre Monte, que ensombrecieron su acción en el Río de la Plata durante aquellos años de madurez. Pero veamos los antecedentes de tales sucesos .
Aparentemente, el primer encontronazo “grave” que tuvo el virrey Sobre Monte en Buenos Aires nació de las jerarquías eclesiásticas, el mismo año de su designación, con motivo de la celebración de la fiesta de Corpus Christi, cuya tradicional procesión fue realizada – en ausencia del señor obispo- el día 21 de agosto, sin que mediara acuerdo sobre esta fecha entre el virrey y el obispado. La intervención del Cabildo, que consta en actas, se limitó entonces a consignar la vía por la cual llegó a este cuerpo la orden del virrey:

“/…/ recivio el Señor Alcalde de Segundo Voto aviso, que pasó el Excelentisimo Señor Virrey por medio de don Mariano de Larrazaval y de don Juan Manuel Marin, en que prevenia haber designado para la Procesion el dia en que se verifico /…/” ,

Queda claro que actuaba junto a Sobre Monte, como brazo ejecutor de sus algo autoritarios designios, un fuerte entorno familiar, y esto tanto de parte de los parientes de su esposa, con el Capitán de Dragones Mariano de Larrazábal, hermano de doña Juana, como de la propia, con el Ayudante de Dragones Juan Manuel Marín, que, como se ha dicho, era primo del virrey.
Si en esta cuestión del “desaire a la dignidad episcopal” el Cabildo no tuvo una participación muy activa, no tardó en producirse otra cuestión de formas que motivó el primer choque manifiesto del Ilustre cuerpo con el Excelentísimo Señor virrey. Los sucesos son propios de la pequeña crónica y largos los documentos existentes para transcribirlos aquí, por lo que nos contentaremos con decir que, en el mes de octubre de ese mismo año de 1804, el Cabildo creyó tener motivos para quejarse de las disposiciones del virrey en cuanto a las atenciones que eran debidas a sus miembros en las funciones de teatro. En vista de que más de una vez “se adornaron los palcos de S.E. y del Juez del Teatro” y no el Palco de la Ciudad, que correspondía al Cabildo y ante la ofensa que significó el hecho de que, en una función a la cual S.E. no iba a asistir, se aguardó para dar comienzo la llegada del Juez del Teatro y no la de los miembros del Cabildo, este Ilustre cuerpo presentó sus quejas al virrey, quien contestó airadamente, apoyando lo actuado y ¡reprendiendo al Cabildo de Buenos Aires!
– Guerras y guerritas.
Estas cosas triviales ocurrían en nuestra ciudad mientras el 5 de ese mismo mes se producía, frente a Cádiz , el catastrófico ataque de la armada inglesa a las fragatas cargadas de tesoros del Perú y del Río de la Plata con que España pretendió, mediante un tratado secreto con Francia, comprar su propia neutralidad tras la declaración del conflicto bélico entre dicha nación y la Inglaterra que siguió a la ruptura, por parte de Napoleón Bonaparte, del Tratado de Amiens . La Gran Bretaña, informada de la llegada a Cádiz de semejantes tesoros destinados por España a su enemigo, en calidad de subsidio, entendió que ello configuraba un acto violatorio de la neutralidad, por lo que los navíos españoles, comandados por el gobernador de Montevideo don José de Bustamante – quien no quiso sufrir la humillación de rendirse sin luchar- fueron sometidos a un duro fuego inglés del cual resultó volada la fragata “Mercedes” en la que viajaban , entre otros muchos pasajeros que perdieron la vida, la esposa y las hijas del general Diego de Alvear . Apresadas las otras naves españolas y tras su rendición, tuvieron que seguir a Plymouth con los vencedores, razón por la cual España declaró la guerra a Inglaterra con las consecuencias para el Río de la Plata que, a partir de entonces, comenzaron a preocupar mucho a sus habitantes … aunque no tanto al señor Virrey. Cuando se le hablaba de barcos enemigos a la vista, respondía invariablemente que no había que alarmarse pues se trataba de contrabandistas y cuando el Príncipe de la Paz le ofrece enviarle refuerzos de tropas las rechaza, en la seguridad de que, “ al primer disparo de cañón, treinta mil hombres acudirán a la defensa” .
Lo que sin duda lo sacaba de quicio era el tenso clima que, por cuestiones de forma, afectaba sus relaciones con el Cabildo porteño, cuando sobrevino un suceso que las deterioró definitivamente. Ocurrió el lunes 16 de mayo de 1805, en que la señora Juana de Larrazabal festejaba “su día”, que – por los datos obtenidos- no era el de su cumpleaños sino el de su onomástico, por tratarse de San Juan Nepomuceno, a cuya devoción, sin duda, era muy apegada. El suceso ha quedado consignado detalladamente en el Libro III del Archivo del Cabildo de Buenos Aires. Actas y Comunicaciones (1805-1810), bajo el título de “Días de los señores Virreyes y lo ocurrido (Libro 60- Cabildo del 17 de mayo de 1805, foja 34)”.
Dejemos hablar a los documentos, que transcribimos con ortografía de época :

En la M.N y M.L Ciudad de la Santísima Trinidad, Puerto de Santa María de Buenos Aires á diez y siete de Maio de mil ochocientos cinco: estando juntos y congregados en la Sala de sus acuerdos a tratar lo conveniente á la Republica los S.S. don Ignacio de Rezaval y don Francisco de Thelle Echea Alcaldes de primero y segundo Voto, y los S.S. Regidores don Cristoval de Aguirre, Don Manuel Mansilla alguacil maior, don Tomas de Belansategui, don Matias de Cires, don Juan Ignacio de Escurra, don Juan Bautista de Elorriaga, don Juan de Llano y don Benito de Iglesias con asistencia del Cavallero Sindico Procurador general; Se trageron en borron los oficios prevenidos en anterior acuerdo para la real Audiencia: I los S.S. mandaron se pongan en limpio, se copien y se pasen en el dia.
En este estado hicieron S.S. Alcaldes y Alguacil maior la exposicion siguiente. En el ceremonial formado por esta real Audiencia y aprobado por S.M. no haviendo en los capitulos respectivos al M.I.C. ninguna instrucción acerca de cumplimentar á los Excelentísimos virreies en sus dias, ni mucho menos á las Ecelentísimas Señoras sus Esposas; sin embargo los Individuos del Ayuntamiento por un efecto puramente de respetuosidad y obsequio en los días de los S.S. virreies hán acostumbrado juntarse vestidos de negro en la Sala capitular, y dirigirse á la hora de las onze y media á doze del día sin mazas, ni otra insignia alguna á cumplimentar á S.S.E.E. y en los días de sus Esposas no se há observado regla fija: unos años hán ido solos los dos Alcaldes bien de negro, ó de color según les há acomodado;y en otros del mismo modo acompañados del Sindico Procurador general, y de algun Regidor que haia querido hacer su cumplido; de modo que el cuerpo há descansado hasta el dia sobre la base de un principio puramente obsequioso, nacido del afecto de sus individuos para con la Superioridad; y á su consecuencia después que se concluió el cavildo del Lunes treze del corriente, haviendose conferenciado verbalmente acerca de los individuos que havian de concurrir á cumplimentar á la Excelentisima Señora Esposa del actual Excelentisimo Señor virrey, aier diez y seis en celebridad de su dia, quedó acordado fuesen los dos Alcaldes, el Alguacil maior, el primer Regidor, y el Sindico Procurador general vestidos de negro. En este estado aier de mañana el Alcalde de primero voto recivio aviso del Sindico Procurador general, diciendo no podía concurrir al cumplimiento a causa de hallarse indispuesto con una constipacion; y llegada la hora de las once y media viendo que no parecia el primer Regidor, y que se iba haciendo tarde, tuvieron por conveniente ambos Alcaldes asociados al Alguacil maior el conducirse a la Real Fortaleza á cumplimentar á la Excelentisima Señora; y haviendo llegado á su habitacion á la sazon que se hallaban en ella los dos coroneles de milicias de Infanteria y cavalleria con algunos de sus Oficiales, y acompañando á dicha Excelentisima Señora la muger de don de don Juan Bautista Terrada con su hija, apenas tomaron asiento los tres individuos de este Ayuntamiento (que se les dio inferior al que ocupaban la expresada muger de Terrada y su hija) cuando se levantó el señor Virrey de donde estaba sentado, y llamando al Alcalde de primero Voto se condujo con este á su gavinete, y llegados cerrando S.E. la puerta, sin darle asiento, le reconvino; que por que causa havian ido los individuos de Cavildo de particular á cumplimentar a su Esposa, y no en cuerpo, como debían hacerlo, aunque sin mazas, conforme estaba prevenido en el ceremonial. A este cargo satisfizo el Alcalde con verdad é ingenuidad, haciendole ver el acuerdo verbal de los cinco individuos que debían concurrir, y la causa que havia dado merito para no haver ido mas que los tres. Parece que un descargo tan sincero debia haver serenado el animo airado de S.E., por que si era de precisa obligacion la asistencia de todos los Individuos del cavildo; devia haber exigido de este oficialmente la satisfaccion correspondiente á una falta de atencion, que en su concepto es nada menos que separarse el cavildo de lo que le está mandado por el ceremonial; y aun dado caso que huviera incidido en semejante defecto, por entonces quedaba suficientemente corregido con la reconvencion que queda puntualizada, la cual sirvió al Alcalde de primero Voto de sumo zonrojo, pero no quedó en esto, pues llevó el empeño de vejar y ultrajar á los Individuos del cavildo hasta el último grado, oida la contestacion del Alcalde sin replicarle ni darle el menor convencimiento se salio S.E. del gavinete, y se condujo con el Alcalde á la habitacion de la Señora Excelentisima á tiempo que iba pasando el Salon del dozel el Señor Regente y oidores de la Real Audiencia á hacer su cumplido, y llegados estos á dicha habitacion, aun no bien havian tomado sus asientos, quando el Señor Virrey gritó a los Alcaldes con estas palabras: Señores Alcaldes, tome el cavildo exemplo de la Real Audiencia, que viene a cumplimentar á la Señora en la misma forma que á mi por tener los propios privilegios que yo, pero ya lo verán: A estos gritos y amenaza tan escandalosos contestó el Alcalde de primero voto en el mismo sentido que hizo a solas con S.E. en el gavinete; con lo que y los cortos momentos que estuvieron los S.S. de la Audiencia, en seguida de estos se despidieron los tres Individuos del cavildo, terminando de este modo un acto tan sumamente odioso y afrentoso, tanto á los exponentes como a este I.C. I lo hacia presente para que en desagravio de vejamenes de tanto bulto acuerde el cuerpo lo que tuviere por conveniente. I enterados de todo los S.S. , considerando que no puede ser maior el ultrage y agravio inferido al cuerpo y á sus individuos por la circunstancia de haver sido hecho en publico contra lo que expresa y terminantemente previenen las leies; y advirtiendo al mismo tiempo que esta es la maior prueba que há podido dar el Excelentisimo Señor Marques de Sobre Monte del desafecto que profesa al cavildo de Buenos Ayres, y del ningun concepto que le merece su representacion; pues que lo há reprendido y conminado publicamente con escandalo de quantos concurrieron al cumplido, y aun de todo el vecindario ultrajado y vejado en su representante, sin haver este dado causa ni motivo por su parte, y solamente por atribuirsele una falta en que no há incurrido, pues que no hay cedula, ordenanza, ley, ceremonial, ni practica que obligue al Cavildo de esta Ciudad á cumplimentar en cuerpo á las mugeres de los Excelentisimos Señores Virreies los dias de su Santo, ni aquellas gozan absolutamente de los mismos privilegios que estos, como equivocadamente lo expuso el actual Excelentisimo Señor Virrey de ultrajar y vejar á los tres individuos del Cuerpo y al Cuerpo mismo. I teniendo presente el contexto de la Real Cedula dada en San Ildefonso á tres de Agosto de mil setecientos quarenta y cinco, que original existe en el archivo, y por la cual se declara, que el Cavildo de esta Ciudad no tiene obligacion á cumplimentar al Governador en Cuerpo de Comunidad los dias de su Santo, cuia decisión es aplicable al caso presente con maioria de razon; Acordaron se represente á S.M. haciendo relación exacta de los desaires que há inferido al cuerpo el actual Excelentisimo Señor Virrey desde que entró al mando, sobre los cuales se tienen ya hechos recursos, y pidiendo la condigna satisfaccion tanto sobre aquellos como sobre este ultimo, con las demostraciones que se juzguen oportunas para contener al actual Gefe en excesos de tanto bulto á que unicamente esta contraido por querer ensalzar su autoridad mas alla de los justos limites, sin atender por esto á otros asuntos de interes publico, como se há visto en todo el tiempo de su gobierno, y se há observado en estos ultimos dias, pues no han havido disposiciones bastantes para contener los insultos hechos á la Capital del Virreinato por un Bergantin Ingles de mui pequeño porte, que haviendose presentado en las Balizas de este rio el dia nueve del corriente, há zondeado publicamente su fondo, há hecho hostilidades hasta el dia quince, apresando en las mismas balizas una balandra de una pobre viuda, á quien despojo de viveres, jarcia, arboladura, y otras cosas; y llevandose consigo el citado dia quince con un faluchillo que tambien apreso, una Fragata Portuguesa fondeada en las mismas balisas; sin que se haia visto providencias capaces de contener estos insultos, burlas y perjuicios que se hán experimentado en contra del Publico, y con la maior admiracion especialmente al ver interceptada por esta causa la correspondencia y comunicación con la Ciudad de Montevideo. Pero advirtiendo los S.S. que el Excelentisimo Seños Virrey fundó su reconvencion y atribuió la falta al cavildo, por no haver cumplido con el ceremonial, que previene, según dijo, esta clase de cumplido, acordaron que antes de representar á S. M. se pase oficio a S.E. exigiendole testimonio de ese ceremonial para ver y observar lo que por él se prevenga. I hecho el oficio en borron mandaron se ponga en limpio, se copie y se pase.

Las cosas no quedaron así en cuanto a las pequeñas rencillas internas, aunque sí respecto de la presencia inglesa que hemos subrayado en el documento anteriormente transcripto, que es, para la Historia, lo más significativo. A fojas 30 vuelta del mismo Libro, con fecha 22 de mayo de 1805 y bajo el título de “Sobre lo ocurrido el día de la señora Virreyna” , nos enteramos de lo acordado en el Cabildo:
Se recivio un pliego con oficio del Excelentisimo Señor Virrey su fecha diez y ocho del corriente en que sindicando á los Individuos de este Cuerpo de falsedad y descompostura en sus dichos, de insubordinacion y falta de acatamiento en los hechos con respecto á lo acaecido el dia diez y seis cumple años de la Excelentisima Señora su esposa, y al oficio que se le paso el dia diez y siete pidiendole testimonio del ceremonial; los conmina y reprende con la maior severidad y aspereza hasta el extremo de exponer que si há suspendido el castigo, há sido solo por un efecto de benignidad. I los S.S., enterados acordaron se le represente manifestandole que el Cavildo ni sus Individuos no han dado merito por su parte para tan serias reprensiones y conminaciones, y que de todo da cuenta á S.M. para la declaratoria que corresponda en orden al cumplido de que no tiene obligacion el cavildo por ningun capitulo, ni aun por la costumbre que se alega, y en orden tambien a las insinuadas conminaciones.

Con todas las formalidades del caso continuó el Cabildo sus gestiones para representar ante el rey de España los hechos ocurridos en su desmedro, cuando el 29 de mayo se consigna, siempre en el Libro 60 de Acuerdos, y bajo el título de “Asistencia de los individuos al entierro del hijo del Virrey”, lo siguiente.
Hizo presente el Señor Alcalde de primero Voto que hoy dia á la una de la tarde recivio en su casa recado del Excelentisimo Señor virrey por medio del ayudante don Manuel Sanchez, en que participandole la muerte de un hijo suplicaba á los invividuos de este I.C. concurriesen como particulares el dia de mañana á las ocho en derechura á la iglesia de Nuestra Señora de Mercedes al entierro que alli havia de hacerse de dicho su hijo, , con advertencia de que concurrian tambien los S.S. Ministros de la Real Audiencia con capa y gola, y de que los Individuos de esta I.C. tendrian sillas separadas. Que haviendo contestado al Ayudante no podia resolver por si solo en el asunto sin la asistencia de los demas S.S. Individuos, lo hacia presente para que sobre el particular se resolviera lo que pareciere convenientes. I oido por los S.S. teniendo consideracion á que no hay ley, cedula, ni ceremonial que prescriva esta concurrencia; ni es conveniente al decoro del cuerpo introducir por estos actos unas costumbres que pueden serle perjudiciales, y sufrir por ellas zonrojos y vejamenes, como los que experimentó, y experimentaron los S.S. Alcaldes y Alguacil maior el dia diez y seis del corriente, que dieron merito al disgusto y sentimiento universal del Pueblo; acordaron no se asista al entierro, y que asi se conteste á S.E por el Señor Alcalde de primero Voto con oficio.

Dramática, sin duda, habrá sido entonces la situación del marqués de Sobre Monte que había perdido al menor de sus hijos, el pequeño Joseph Agustín, y se encontraba enfrentado, por añadidura, a raíz de aquel mal paso de dos semanas atrás, no sólo con el Ilustre Cabildo sino, según lo leído, también con “el sentimiento general del Pueblo”. Permanecía junto a él, y de su lado, como ya era habitual, la Real Audiencia y por ello continúa así el relato que ha dejado el Cabildo de los hechos que entonces se sucedieron:
Sobre lo tratado en el anterior acuerdo. (Libro 60. Cabildo del 30 de Mayo de 1805, foja 13 vuelta.).
Hizo presente el Señor Alcalde de primero Voto que á consecuencia del oficio que pasó aier al Excelentisimo Señor Virrey avisandole de lo acordado por este I.C. sobre la asistencia á que convidó á sus individuos, havia recivido á las onze y media de la noche nuevo recado del Señor Regente de la Real Audiencia por medio de un portero del Tribunal, en que le prevenia asistiesen los individuos todos al entierro, mediante á estar asi prevenido en el artículo setenta y siete del ceremonial; que hjaviendo contestado no podia resolver por si y que convocaria á Cavildo lo mas temprano que ser pudiese, lo hacia presente para la determinacion que se juzgase oportuna. I haviendo los S.S. visto y examinado el ceremonial, no encontrando en él el articulo setenta y siete que se cita, pues faltan desde el setenta y dos al noventa y dos, sin duda por que los intermedios no obligan á este I.C. según se vé por la concordata puesta al final; acordaron se conteste en estos terminos al señor Regente por oficio que debera dirigirle el Señor Alcalde de primero Voto; y que en la representacion mandada a hacer á S.M. sobre la ocurrencia del día diez y seis, se haga tambien merito de este pasage, y se pida formal declaratoria acerca de él, como tambien sobre que los individuos de este I. C. no deban concurrir ni como particulares en trage á los entierros de oidores y de sus mugeres, ni salir en comunidad de las casas Capitulares á ningun entierro ni funcion que no sea de tabla.

Semejantes “ocurrencias” no terminaron así, naturalmente, ya que con fecha 11 de julio el Cabildo recibe “Oficio del señor Regente sobre asistencia de los capitulares á los entierros de hijos de Virreyes”, en el cual le pasa testimonio de los omitidos artículos del ceremonial, que datan de febrero del año 1796, “para que en lo sucesivo no haya motivo de repetir la novedad causada con la falta de asistencia al referido entierro sin embargo del aviso y citacion que precedieron, y de las practicas observadas en los funerales de los SS Ministros y sus mugeres esperando de su recibo el correspondiente aviso./…”.
Considerando la gravedad del asunto, el Cabildo, en acuerdo del 17 de dicho mes, resolvió diferir su tratamiento para otra fecha, que fue el 27 del mismo mes y año, como consta a fs. 62. . Continúan allí, bajo el título de “Asistencia a entierros de hijos de Virreyes”, las consideraciones de los capitulares respecto de que, según el contexto de la ley de Indias y del artículo 76 de la instrucción de Regentes, no corresponde al señor Regente de la Real Audiencia sino al Real acuerdo el declarar cualquier duda sobre ceremonial, se exige a dicho superior Tribunal testimonio de las reales cédulas que existan al respecto. Y el Caballero Síndico Procurador General sólo aportó la cédula de 26 de noviembre de 1791 sobre “Asistencia á entierros de los S.S. Ministros”, y viendo el Cabildo que ni por ella ni por el Ceremonial se previene la asistencia de ese Ilustre cuerpo a entierros de los hijos de los señores virreyes, se acuerda, con fecha 19 de agosto, “se represente al Tribunal exponiendo esto mismo, y haciendo ver el exceso con que há procedido el señor Regente en hacer las prevenciones y declaraciones que contiene su oficio”.
Mientras estas cosas ocupaban a los altos funcionarios de Buenos Aires, hacia fines del año 1805 era ya público y notorio que la seguridad del Río de la Plata se hallaba en peligro . El marino inglés Sir Home Pophan, con una escuadra que llevaba más de 6000 hombres de desembarco al mando del general David Vaird, y cuyo segundo era Guillermo Carr Beresford, había rendido la Ciudad del Cabo, importantísimo punto estratégico del África, por entonces en poder de los holandeses, y, con ambiciones políticas y noticias algo atrasadas respecto de su patria, decidió compensar el bloqueo de los puertos europeos que Napoleón Bonaparte había impuesto para Gran Bretaña, con la toma del Río de la Plata atento a lo que ello significaba como puerta de entrada hacia el ubérrimo Perú.
El virrey Sobre Monte no carecía de noticias sobre estos hechos – pese a su aparente insensibilidad sobre sus prolegómenos, que hemos destacado al comentar el acuerdo del Cabildo del 17 de mayo de 1805- y por ello tiene valor para nuestro relato lo que consigna el acuerdo del Cabildo de Buenos Aires del 18 de diciembre de ese mismo año bajo el título de “Se extraigan los caudales y papeles del Cabildo en caso de invasion de enemigos”. Este es el texto:

… Se recivio pliego con oficio del Excelentisimo Señor Virrey cuio tenor es el siguiente; Conviniendo en las actuales circunstancias, y a presuncion de qualquier recelos de invasion de los enemigos de la Corona, que se hallen prontos á caminar para el destino que tengo acordado, todos los caudales existentes en esta Capital, prevengo á V.S. tengan prevenidos en caxones, ó retovos de cueros todos los de su cargo, que deberán salir; en inteligencia de que para este caso tengo ya nombrado para que dirija las marchas con las precauciones convenientes al Coronel del Real Cuerpo de Ingenieros don Joaquin Mosquera, á cuias ordenes deverán caminar todos. Dios guarde á V.S muchos años Buenos Aires diez y seis de diciembre de mil ochocientos cinco.- El Marques de Sobre Monte.- Al I. C. J. y R. de esta Capital. Hizo presente ademas el Señor Alcalde de primero Voto que aier diez y siete del corriente como á las doze y media del dia y en circunstancias de retirarse de su juzgado recivio por el Aiudante don Manuel Sanchez un recado verbal del Excelentisimo Señor Virrey, haciendole entender por él que se dirigia á la Ciudad de Montevideo esa misma tarde: que el mando de las armas quedaba á cargo del Señor Coronel de Ingenieros don José Brito, y lo politico, guvernativo y de justicia al del Señor Regente de la Real Audiencia. Que luego inmediatamente de recivido este recado se dirigio el exponente á la Real Fortaleza é inquirir del Excelentisimo Señor Virrey si tenia otras ordenes disposiciones que comunicar; Que S.E. ratificó lo dicho por el Aiudante Sánchez, y agregó unicamente que quedaba al cuidado de los dos Alcaldes ordinarios y Alguacil maior el rondar la Ciudad, para lo cual deberian exigir los auxilios necesarios del Cuerpo de urbanos de esta Capital: Que á las cinco de la tarde siempre con las miras de ver si S.E. tenía otras disposiciones que dar, se dirigio a la misma Fortaleza en consorcio con el Señor
Alcalde de segundo Voto y preguntado que orden se guardaria con los papeles del archivo y publicos contestó S. E. que el mismo que con los caudales. I los .S. de conformidad acordaron se recojan todas las reales cedulas, libros y demás papeles correspondientes á el Archivo de esta Ciudad, y que con ellos se llene el numero de caxones necesarios, que cerrados, retovados con cueros y sus correspondientes manijas de lo mismo tengan el preciso peso de cinco arrovas libras mas ó menos en bruto, á efecto de que sean facilmente manejables en los casos que ocurran de cargarlos.
Acordaron igualmente que por mi el presente escribano se les intime a todos los del numero de esta Ciudad, que precisamente haian de practicar igual diligencia con todos los papeles y libros de sus archivos, costeando de su propio peculio el numero de cajones que necesiten, y retobandolos del modo y con el peso que queda expresado, cuia diligencia deberán irremisiblemente practicar y tenerlo todo preparado para el primer aviso que se les dé; y por lo que mira á los autos que están en curso, y Protocolo de este año regularán los cajones que sean precisos, y tendran igualmente prontos para incluir en ellos estos papeles, cuando se manden cargar y extraher para fuera; siendo prevencion que los caxones correspondientes á el Cavildo llevarán la marca B, que es la de esta Ciudad, y los de los Escrivanos la que quieran ponerles cada uno bien sea á fuego ó tinta conforme les convenga; cuio costo y conduccion há de ser de su cuenta. I que por ultimo se conteste á S.E. avisandole que el Cuerpo dara todas las disposiciones necesarias al intento, y exponiendole que se sacrificará gustoso en defensa de la Patria y del Estado; y hecho el oficio en borron mandaron se ponga en limpio, se copie y se pase inmediatamente.

La actitud del Cabildo ha cambiado drásticamente y, ante el llamado del virrey, hace expresas manifestaciones de acatamiento, de patriotismo y de desinterés. Los sucesos se habían acelerado y el virrey Sobre Monte efectivamente, se trasladó a Montevideo con toda la fuerza veterana o fija con que contaba para la defensa de Buenos Aires.
Aunque permanentemente siguiera manifestándose en el Río de la Plata la presencia de barcos espías de la armada británica, no fue en diciembre de 1805 cuando se produjo la temida invasión. Retornó Sobre Monte a Buenos Aires, retomó su activa vida social y continuó con manifestaciones tan reiteradas de que esos barcos eran sólo “corsarios contrabandistas”, que los historiadores actualmente atribuyen su actitud a la convicción que tenía el virrey de que la plaza no iba a ser atacada, como seguramente le mentían sus supuestos amigos Burke y White . Por lo demás, algunos inconvenientes sobrevinieron en el intento por casar a Mariquita con el ya nombrado primo del virrey, don Juan Marín, pues según se supo, el príncipe de la Paz negó en principio su consentimiento para este matrimonio consanguíneo. Sobre el punto, que hubo de ser motivo de innumerables comidillas vecinales, se conoce un papel anónimo que ha sido reproducido por José Torre Revello , por Ricardo de Lafuente Machain y por Oscar E. Carbone dirigido al Príncipe de La Paz quien ordenó, a partir de ella, una investigación que quedó frustrada por los acontecimientos posteriores. En lo que aquí incumbe, dice lo siguiente:
La negación dada para casarse al ayudante mayor Juan Manuel Marín con su sobrina e hija mayor del Virrey, parece que la dictó a V.E. el Espíritu Santo /… / se le acusa de estar edificando una suntuosa casa, utilizando la labor de los presidiarios sentenciados a obras públicas, sobrestantes y tropas destinadas a la custodia de los presidios, y todo esto, en los mayores apuros de la escasez de éstos para las obras provisionales de la fortificación que se dispusieron por temerse que venía a este río una expedición inglesa…Pusiera denunciar a V.E. que el tal ayudante se ha puesto rico en pocos días, como que es el conducto principal para las providencias que gana del Virrey y el comercio extranjero /…/

Y todo esto concuerda con las posteriores declaraciones del teniente coronel retirado Joaquín Estéfani Banfi quien, en su certificación al Cabildo dice

También he oído decir como muy cierto, que pocos meses antes de la invasión de los ingleses se habían entregado por la Real Hacienda, treinta mil pesos al ayudante mayor de Dragones, don Juan Manuel Marín, para comprar caballada, pero cuando se precisaron caballos, no los hubo y fue necesario expropiarlos por fuerza a los particulares que los tenían.

La imagen que se nos va formando del señor Marín es a todas luces espantosa, pero para Sobre Monte y su familia, la idea del mencionado casamiento seguía en marcha y así, uno de los documentos considerados más comprometedores para el virrey es la carta a la cual se refiere el escribano Carbone en estos términos:
Estando en Montevideo a fines de 1805 para fortificarla, en vista del temido ataque inglés, don Juan Manuel Marín, ayudante, primo y futuro yerno de Sobremonte /sic/ , escribe a su novia una carta que dice así: “Montevideo, 26 de diciembre de 1805. Amabilísima Mariquita mía: Acaba de fondear en este puerto una fragata americana y Altolaguirre ha recogido de a bordo tres envoltorios que lleva Michelena para entregar a nuestra madre y también me ha dicho que trae un famoso forte.piano para ti, el cual ha quedado en recogerlo y remitirlo con otros encargos para tu Madre y el piano para ti, el cual aunque no toques, servirá para adorno de la primera Mariquita que tengamos, como espero… etcétera”.

Se nos ocurren palabras algo atrevidas para ser escritas, con conocimiento de su futuro suegro, por un simple novio de la época… Pero sigamos con lo que continúa diciendo Carbone:
Esta carta, que muestra evidente el contrabando, tiene una postdata del propio marqués para su esposa, que dice así: “Amada Juana e hija… no hay novedad mayor y si la hubiera, tomas los coches y mudarse más lejos, que Cagigas recogerá lo nuestro. Tuyo. Sobremonte /sic/” // Analicemos esta interesante postdata. El marqués sólo ve la solución en la huída. ¿Qué es lo nuestro? ¿Qué significa lo nuestro? ¿Ropas? ¿Efectos personales? ¿Muebles?. //
Para nosotros, “en caso de cualquier novedad”, lo que hay que salvar es el tesoro del virrey. Huyendo primero la familia, Cagigas, con la mayor impunidad, sacará los caudales en oro atesorados. // Teme Sobremonte la invasión? A nuestro juicio no, de ninguna manera; si la hubiera temido, su proceder hubiera sido muy distinto, como lo veremos luego.

– Aquella fiesta de San Juan Bautista.

Las cuestiones familiares se mezclan permanentemente en la historia del marqués de Sobre Monte como virrey y no dejan de estar presentes referencias a la música, a la danza y especialmente al teatro, lugar donde se tejían, como hemos visto, no pocos conflictos. Tal vez por esa afición es que fue el teatro el lugar donde se desarrolló el último acto de la vida pública del virrey Sobre Monte en la ciudad de Buenos Aires.
De todas las descripciones de este día crucial hemos elegido la que realiza Oscar E. Carbone, por sus muchos detalles explicativos del ambiente donde se gestó la pieza literaria en la cual quisimos centrar este artículo, aunque algunos datos no sean acordes con las demás fuentes consultadas, como por ejemplo el de la celebración del “compromiso” de Mariquita Sobre Monte y Juan Manuel Marín a quien Torre Revello llama, con referencia a esa función de teatro, “su hijo político” y que el licenciado Alejandro Moyano Aliaga nos informa que ambos se habían casado ya, en Buenos Aires, el 19 de marzo de 1806. Decía en 1956 el distinguido coleccionista e historiador Oscar E. Carbone:
El 24 de junio de hace 150 años y a esta hora, la modesta y recatada Buenos Aires, de 60.000 escasos habitantes, vibra de entusiasmo y emoción.
Un acontecimiento de singular importancia social mantiene en tensión los ánimos.
El seño Virrey, marqués de Sobremonte, y su dignísima esposa, doña Juana María de Larrazábal, ofrecen a su hija Mariquita, en el día de San Juan, una singular recepción con motivo de su compromiso matrimonial con el aristócrata funcionario don Juan Manuel Marín. Los salones del vetusto edificio del fuerte, residencia virreinal, ofrecen el aspecto de los grandes acontecimientos que conmueven el tranquilo ambiente colonial. Las luces de los candelabros y espejos de las cornucopias resaltan la tersura de los brocatos y el majestuoso dosel de platerescos adornos con oro a la hoja, da al ambiente la suntuosidad que requieren los moradores del lugar y las circunstancias.
Lo más calificado de la ciudad ha sido invitado al banquete –sin precedentes, apunta Groussac- : junto a las sedas severas de las señoras mayores, salpica de blanco, rojo y celeste de bullicioso conjunto el empuntillado atavío de las jóvenes, realzado por la blancura de sus carnes en flor. Los elegantes llevan el cabello ‘a lo Tito’ y visten el apretado pantalón de ante con bota vuelta, frac y solapas sobre el recamado chaleco blanco, con chorreras y puños de encaje; zapatos de charol con grandes moños de seda anudados por repujadas hebillas de plata, y en el ojal la flor que realza el atuendo, prendida con esmero por cariñosas manos de mujer.
Serían las siete de la noche cuando, terminada la recepción, los invitados y anfitrión, en polícroma caravana precedida por los negros que alumbran el camino, cruzan en diagonal al noroeste la polvorienta y desolada plaza. Cuando el sendero enfrenta el lóbrego hueco de las ánimas (hoy Banco de la Nación), la comitiva sigue al norte su camino por la calle de la Merced (Reconquista actual), hasta llegar al cruce de la llamada San Martín (hoy Cangallo), deteniéndose frente a la iglesia. Allí levanta sus lisos muros de tosca fábrica, un edificio indefinible con aspecto de corralón. Un ancho portón de pino, de sencillo estilo colonial, por la calle de la Merced, franquea la entrada a un pequeño zaguán ambientado por una reja que protege la boletería: al fondo, una gruesa y oscura cortina de pana aísla esta entrada del salón, cuyos toscos bancos de pino, dispuestos en formación paralela desde el proscenio hasta el pasillo opuesto que lo circunda, o sea el gallinero, forman el “patio” o “platea”.
A los costados y fondo, tres pisos, dos de palcos y la cazuela arriba, dan marco al proscenio con sus candilejas y concha para el apuntador y en su filo, el gran telón que se oculta arriba tras una rompiente de lona que ostenta la leyenda del marqués de Cuéllar: ‘Es la Comedia espejo de la vida’. Tal era la sala de la Casa Provisional de Comedias, único teatro a la sazón de la ciudad de Buenos Aires.
La expectativa es enorme; la sala, desbordante, está en el apogeo de sus más memorables sesiones. Todo lo notable de la ciudad está presente: deslizando la vista por palcos y cazuela, se descubre a los Álzaga, Santa Coloma, Sarratea, Viamonte, Villanueva, Rezábal, Basualdo, Peña, Balbastro, Anchorena, Ocampo, Sánchez de Velazco, Belgrano, Pueyrredón, Saavedra, Sáenz Valiente, etcétera. Al fin, en medio de tanta expectativa, se anuncia la llegada del señor Virrey y su familia. La sala resplandece como nunca: como que se acaba de sustituir el alumbrado tan incómodo de las velas de sebo por las modernas lámparas de aceite, ubicadas en el antepecho de los palcos balcón.
El Virrey, después del ceremonial de estilo, hace su aparición en el gran palco del gobierno, ubicado en el centro, frente al escenario, flanqueado a la derecha por el del muy Ilustre Cabildo y a la izquierda por el de la Real Audiencia.
La orquesta de ocho morenos clarineros municipales, ataca un paso marcial la entrada del Virrey. Levántase luego el telón para representarse por primera vez El sí de las niñas, comedia de Moratín estrenada en enero anterior con gran éxito en el Teatro de la Cruz, de Madrid.
Todas las miradas, saludos y reverencias convergen al palco oficial; se sigue con insistencia el movimiento y detalles de sus ocupantes; por eso se descubre de inmediato como, al iniciarse el segundo acto de la comedia, un edecán sumamente excitado penetra en el palco del Virrey extendiéndole dos pliegos.
El hecho no da lugar a dudas… algo grave, inusitado, ocurre… Pero cuando se ve con estupor que el Virrey, después de dar los pliegos a su futuro yerno, sale apresuradamente de la sala y tras él los soldados que le hacen guardia de honor, el público abandona precipitadamente el teatro y aunque oficialmente nada se save, se vislumbra, se presiente todo, lo inaudito… ¡la invasión extraña ante la ciudad inerme!
Del palco de Pueyrredón, ocupado por varios jóvenes, se ve salir apresuradamente al mayor de los hermanos, seguido de Juan Cipriano y Juan Andrés, Manuel Arroyo y otros amigos. Es Juan Martín de Pueyrredón, que va a tomar la delantera en defensa de la ciudad; es el prócer ilustre que desde ese día memorable abandona las blanduras de su hogar patricio y el cuidado de sus acreditados negocios, para consagrarse, sin retaceo alguno, a la salvación de la patria. Acaudilla a sus paisanos, dirige a sus amigos, facilita sus caudales y se convierte a los pocos días, al lado de Liniers, en el abanderado del pueblo reconquistador.

Con esta descripción de los sucesos que preceden a las heroicas acciones de los vecinos porteños y de los patriotas de toda procedencia y condición que lucharon por la Reconquista y más tarde por la defensa de Buenos Aires en 1806 y 1807, hemos querido introducir los versos de aquella extensa glosa anónima, de norma culta y cáustico gracejo , escrita sin duda al calor de las pasiones del momento, que son los que siguen:

SONETO

Señor Marqués, qué dice Vuecelencia?
Cómo se halla madama doña Juana?
El Inspector y el brigadier Quintana
Lloran hoy los efectos de su ausencia.

Nuestro Ilustre Cabildo y Real Audiencia
Juzgo que han de ajustarle la pavana;
Póngase bien con Dios, gima de gana;
Examine sus culpas y conciencia;

Guarde las nueve mil que se ha llevado,
Procure que no aborte Mariquita,
Puesto que Vuecelencia ya ha abortado,

Pida al pueblo perdón con voz contrita,
Tenga el calzón bien fuerte pretinado
Y métase a santón en una ermita.

GLOSAS EN OCTAVAS

Medio ha que Casan la nueva trajo
De que una armada inglesa aquí venía;
Pero este aviso se lo echó al sancajo
Sobremonte, diciendo era manía.
Llegó aquélla y salió por el atajo
Este gran caballero; ya estaba
Dispuesto así por la alta Providencia
Señor Marqués. Qué dice Vuecelencia?

Aquí las malas lenguas aseguran
De que Vuelencia es una gran gallina
Y no yerran a fe, los que murmuran
En vista de la grande disciplina
Militar, que sus hechos nos figuran,
Conservó en la pasada tremolina
Mas fue horror! Mas de su caravana
Cómo se halla madama doña Juana?

Sabe el pueblo que Vuecelencia ha dicho
Que lo dejaron con espada en mano,
Al paso que la entrega fue un capricho
Propio de un pensamiento sevillano;
Sólo falta que nos diga que en un nicho
Debemos colocarlo muy ufano,
Puestos al lado suyo con sotana
El Inspector y el Brigadier Quintana.

Todos los militares satisfacen
A los vecinos, cuando en sí no caben
De la tristeza y penas en que yacen,
Con decir, que unos hacen lo que saben
Al tiempo que otros saben lo que hacen,
Muy justo es que a su jefe menoscaben
Por su acción, mientras con impaciencia
Lloran hoy los efectos de su ausencia.

Todo es zozobra, todo sentimiento
Cuanto en mi mente triste pronostico;
El pobre gime, teme el opulento,
Los males que le anuncia al grande y chico,
Sin respeto al prestado juramento,
Mil mentiras inventa el pueblo inicuo,
Sin poder remediar esta imprudencia
Nuestro Ilustre Cabildo y Real Audiencia.

Dícese que el Marqués se fue muy hueco
Con sus nueve mil onzas y a fe mía
Que no puedo entender este embeleco;
Pues sacó en la pasada lotería
Con el setenta y uno, un termo seco
Que ha de darle un mal rato en algún día,
Pues que sus obras en conciencia sana
Juzgo que han de ajustarle la pavana.

Quién creyera que un jefe que sabía
Ostentarnos su facha fanfarrona,
Habría de mostrar tal cobardía
Al ver al Capacete de Belona?
Sin duda que ninguno lo creería;
Pero ya que ha quedado su persona
Como quedó el alcalde de Totana,
Póngase bien con Dios, gima de gana.

Mandóse por Vuelencia a los Urbanos
La custodia no más de las Barrancas;
Y supieron allí de que a dos manos
Le daba a su caballo en las dos ancas
Para ponerse a salvo. A los villanos
Presidiarios se dieron armas blancas;
Mas del mal que traerá tal providencia
Examine sus culpas y conciencia.

Con sólo la consulta de Gallegos
Desamparó esta plaza Vuecelencia
Y yendo a conquistar a Villadiegos
Nos dejó aquí a la luna de Valencia.
Pensará Vuecelencia que son ciegos
Los criollos que han sufrido esta insolencia,
Pues tiemble y para algún lance apretado
Guarde las nueve mil que se ha llevado.

Si temía madama la Marquesa
Viendo en el teatro un culebrón de palo,
Que haría al conceptuar la Armada Inglesa
Dueña ya de su casa y su regalo?
La consecuencia es clara aunque algo espesa,
Perdóneme el lector si es que resbalo,
Y Vuelencia entre tanto que lo imita
Procure que no aborte Mariquita.

Los montes van de parto, dijo Horacio
Y al cabo nacerá un ratón pequeño;
Lo mismo dije al ver que del palacio
Salió Vuelencia el miércoles sin sueño
Guiando el tren volante con espacio;
Haciendo alarde de su gran empeño:
Se vio el efecto, viva descansado
Puesto que Vuecelencia ya ha abortado.

Vuelencia nos vendió, páguele el cielo
El favor que nos hizo tan cumplido,
Pero en medio de nuestro desconsuelo
Vemos al vecindario redimido
De infinitos piratas, que con celo
De amigos, lo tenían consumido:
Pruebe su corazón y si palpita
Pida al pueblo perdón con voz contrita.

Yo pongo un peso por apuesta ingente
Que le entró a Vuecelencia fiebre aguda
Cuando mandó se derribase el puente;
Mire que su caballo ya estornuda
Con el humo que exhala el tren batiente,
Y si no quiere le echen una ayuda
Como la que Vuelencia nos ha echado,
Tenga el calzón bien fuerte pretinado.

Vuecencia se llevó en su compañía
Más de mil hombres de a caballo armados
Y si no se llevó la infantería
Fue porque meditó que sus soldados
No podrían seguir su romería,
Al mirarlos de sed y hambre agobiados;
Escape, corra, vuele, nada omita
Y métase a santón en una ermita.

Entre los muchos datos que proporciona este pasquín anónimo de mano erudita está uno que conmueve nuestra fibra como argentinos. Se encuentra en la novena estrofa,
¿Pensará Vuecelencia que son ciegos
los criollos que han sufrido esta insolencia?

donde, en oposición no casual con “Gallegos”, surge el nombre de “criollos”: la condición social que nos designa, desde entonces hasta ahora, a los argentinos; la que no mira razas ni creencias, ni situación social, ni poder político o económico, la que empezaba a surgir con contenido semántico propio, en el corazón de Buenos Aires y de todo el Virreinato, como lo demostraron los sucesos culminantes en 1810 y en 1816.

– Epílogo.
No terminaron con Sobre Monte las denuncias del Cabildo de Buenos Aires sobre ultrajes a su investidura ni las acusaciones contra el virrey de turno, incluso contra el muy ilustre don Santiago de Liniers a quien, tras los halagos de la bien ganada Fama, deparó la mala Fortuna el trágico fin que bien conocemos. Pero esos son otros cantares, otros tiempos y otros documentos. Lo que nos interesa destacar, una vez más, en vista de estas poesías anónimas pero de producción evidentemente culta, es la precisión de la palabra usada en cada copla popular en relación con las acusaciones a que Sobre Monte se hizo acreedor en aquellos tristes días:
¿ Un corrupto?:
Al primer cañonazo
de los leales,
disparó Sobre Monte
con los caudales

¿Un cobarde? :

¿Ves aquella nube negra
Que se pierde atrás del monte?
Es la carroza del miedo
Con el virrey Sobre Monte

¿ Ambas cosas a la vez?:

La invasión de los ingleses
Le dio un susto tan cabal
Que buscó guarida lejos
Para él y el capital

¿Un hombre influido en demasía por su círculo de familia cuyos problemas personales, privados y públicos, se desvivía por solucionar? :
Al primer cañonazo
De los valientes
Disparó Sobre Monte
Con sus parientes

Con esto llegamos a nuestra versión inicial de la anónima seguidilla paradigmática, que, llevada por la oralidad, fue instalada por la Fama, la Fortuna y la Poesía popular, en le memoria rioplatense. Tendríamos mucha más tela para cortar, si pretendiéramos dar respuesta a tales interrogantes, habida cuenta de que los muchos detractores de Sobre Monte están hoy balanceados con quienes han querido reivindicar su memoria. Entre los primeros que adoptaron esta actitud se contó, con nobleza digna de su recta línea de conducta, el mismísimo héroe de la reconquista y de la Defensa de Buenos Aires, el francés incorruptible, hasta la muerte al servicio de España, don Santiago de Liniers.
Lo cierto que, pese a sus desencuentros con la Fama ( aunque no tanto con la Fortuna) el marqués Rafael de Sobre Monte tuvo una larga vida. Reivindicado y aún honrado su nombre para España – después del juicio a que fue sometido en 1813-, y tras enviudar de su querida doña Juana en 1817, volvió a casarse en 1820 con una dama “mayor de cuarenta años” y “pobrísima”, según las quejas puestas por uno de sus yernos: era doña María Teresa Millar y Marlos la viuda de un oficial de marina, sobrino del último virrey del Río de la Plata, don Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Tal vez toda la historia habría sido distinta si el marqués de Sobre Monte no hubiera denigrado públicamente a los miembros del Cabildo el 16 de mayo de 1805 , porque ese fue, sin duda, un mal paso del virrey Sobre Monte. Hoy, vistos los hechos a la luz de la Historia, podemos parafrasear a Evaristo Carriego exclamando ¡y lo peor de todo, sin necesidad!, ya que, si hubiera guardado mayor decoro y respeto hacia los representantes del pueblo, no habría ocurrido sin duda el triste incidente del desaire al entierro de su hijito… y se hubiera visto apoyado por el mismo rey, pues aquella impiadosa actitud corporativa le valió al Cabildo una dura real cédula del 11 de julio de 1806 (“… soberana decisión tan injuriosa en todos sus aspectos…”) por la que se extendían sus obligaciones hasta a cumplimentar “a los oidores y a sus esposas”, con lo que, según los doloridos capitulares, se los convertía “en pajes de la Audiencia”.
El Ilustre Cabildo de Buenos Aires habrá quedado perplejo y herido. ¿Acaso no resonaban aún en todo el mundo, tras el heroico y decisivo rechazo al invasor inglés, los ecos de homenajes al pueblo que él representaba? Leamos una vez más el cercano testimonio de López:
Los regocijos y el renombre exterior. Fácil es comprender el ruido con que voló por toda la América la victoriosa defensa de Buenos Aires. Las opulentas villas de Potosí y de Oruro fabricaron en plata y oro un grande trofeo macizo, con numerosísimos pendientes ricamente trabajados, de vara y media de altura, que fue enviado al Cabildo de Buenos Aires como un homenaje debido a la ciudad triunfadora. En todas las capitales y villas de los dominios españoles se cantó el Te Deum y los púlpitos hicieron resonar las bóvedas de los templos con entusiastas alabanzas a la gloria de Buenos Aires y su ínclito caudillo el General Liniers. En España se repitieron los mismos ecos de uno a otro extremo de la península. Napoleón mismo felicitó a Carlos IV, acentuando sus elogios en la circunstancia de que el triunfador hubiera sido “un súbdito suyo” , un francés, como si con esto ya mirase asegurada la posesión del Río de la Plata; sin comprender que aquella victoria había sido principalmente “la victoria del pueblo” y no la de un caudillo.

Por ello, el mismo día en que el Cabildo recibió dicha cédula, 30 de diciembre de 1807, y como réplica implícita a tales menoscabos, remitió al rey de España el documento que en lo esencial dice:
/…/ La Ciudad de Buenos Aires que há reconquistado gloriosamente la de Montevideo y banda oriental de este río; que há derrotado en una sola campaña las formidables fuerzas en que fundaba sus mayores triunfos el Enemigo; que há desconcertado las meditadas especulaciones con que la Gran Bretaña preparaba la Conquista y esclavitud de estas Regiones; que con la sangre de sus fieles y valerosos habitantes há librado las provincias interiores del pesado yugo que las amenazaba, y que por sí mismas no habrían quizás podido resistir, suplica a V.M. rendidamente se sirva conceder a este Cabildo el título de Conservador de la América del Sur y Protector de los demás Cabildos del Virreynato /…/

Como se ve, también el orgulloso e Ilustre Cabildo de Buenos Aires corrió tras de la Fama y fue desdeñado, no pocas veces, por la caprichosa Fortuna.

BIBLIOGRAFÍA
1. Cantares históricos de la tradición argentina. Selección, Introducción y notas por Olga Fernández Latour. Buenos Aires, Comisión Nacional Ejecutiva del 150º Aniversario de la Revolución de Mayo, Dirección Nacional de Cultura del Ministerio de Educación y Justicia, Instituto Nacional de Investigaciones Folklóricas, Impr. Peuser, 1960.
2. División Colonia, Sección Gobierno. Gobierno de Buenos Aires. Sala IX-C.21-A.1-Nº 5.
3. A diferencia de la otra pieza, estas Cuartillas no responden a cánones poéticos claros en lo formal. En la parte superior de la página aparece, a manera de tema, la cuarteta:

Escondido en un desván,
a la luz de una cerilla,
se compuso esta cuartilla,
procura buscarla, Juan.

y las cuatro estrofas que siguen dicen:

Vamos por San Hilarión
señores poniendo ceba
tema el pueblo función nueva
monte otra vez el cañón,
bregando mi mente está,
sobre si a Montevideo
sitiara el inglés; lo creo.

No iría de buena gana
oprimido de mil penas
dejando entre esta jarana
vislumbres de cosas buenas;
temo empero se han de urdir
monopolios como urdió
aquel Marqués y no he de ir

Raros emblemas produce
de valor Montevideo;
vengar quiere, en un deseo,
lo que del Marqués deduce:
qué importa que éste haya ya
nociones, si en opinión
técnica dice el renglón.

Diónos el Marqués a todos
ventajas sobre manera,
nos hizo por varios modos
querer mudar de Carrera;
moldes dio para quejarnos,
miserias mil duplicó,
loco anduvo en no comprarnos.

4. Aparece en la Colección de Folklore de 1921 (Encuesta Folklórica del Magisterio, Escuelas Ley Láinez) legajos de Salta y Santiago del Estero, pero probablemente haya sido tomada de fuentes escritas como la Historia de Güemes, de Bernardo Frías (Buenos Aires/ Salta, 1902-19011) o el Cancionero Popular de Estanislao S. Zeballos (Buenos Aires, 1910).
5. Juan Alfonso Carrizo. Antiguos cantos populares argentinos. Cancionero de Catamarca, 1926; Cancionero popular de Salta, 1933; Cancionero popular de Jujuy, 1935; Cancionero popular de Tucumán, 2 t., 1937; Cancionero popular de La Rioja, 3 t., 1942.
6. Paris, Didier, 1947.
7. Madrid, Ed. de Cultura Hispánica, 1958.
8. San Miguel de Tucumán, UNT, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Literatura Española, 1996.
9. Manuel Milá y Fontanals. Observaciones sobre la poesía popular, Barcelona, 1853.
10. Henri Davenson . Le livre des chansons, Neuchatel, Suisse, 1946.
11. Cancionero femenino, propio para cantar cuando se realizan labores de hilado y tejido.
12. Buenos Aires-México, 1945, 6 t.
13. Olga Fernández Latour, obra citada, 1960.
14. Otras coplas sobre Garibaldi, para cantar con la misma música, hemos publicado en nuestra obra citada de 1960; Nº 55.
15. Buenos Aires, Talleres Gráficos. Argentinos L.J. Rosso, 1935.
16. Amanda Paltrinieri, “Disparen contra el marqués”. Revista “NUEVA”. 1998.
17. Vicente Fidel López, obra citada.
18. Oscar E. Carbone. El marqués de Sobremonte, en las invasiones inglesas. Buenos Aires, Separata del Boletín del Centro Naval, Nº 628, Buenos Aires, 1956.
19. Señala el historiador Vicente Fidel López , en su obra citada, que don Diego de Alvear y su hijo Carlos, de tan destacada actuación posterior, se salvaron porque iban en la fragata Clara.
20. Oscar E. Carbone, obra citada.
21. Oscar E. Carbone, obra citada.
22. José Torre Revello, El marqués de Sobre Monte, Buenos Aires, 1946
23. Ricardo de Lafuente Machain. Familias coloniales. COMPLETAR
24. Oscar E. Carbone, obra citada.


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