Desierto y contaminación en Latinoamérica

enero 8, 2014 in CULTURA | Comments (0)

Desierto y contaminación en Latinoamérica

Los pueblos que olvidan sus tradiciones

pierden la conciencia de sus destinos/…/

Nicolás Avellaneda.

 

Por Olga Fernández Latour de Botas *

Las conmemoraciones de las gestas independentistas hispanoamericanas  han traído como consecuencias profundas reflexiones sobre  lo que ellas fueron, sobre sus protagonistas – próceres y pueblos – y, especialmente, sobre los proyectos nacionales que aquellas generaciones llegaron a sustentar, o al menos a soñar, para sus  patrias de origen.  En mi país es percepción actual de la mayor parte de los argentinos que estamos en deuda con los propósitos de nuestros mayores y que el peso de esa deuda cae sobre los sectores más desprotegidos de la sociedad. Por ello, aún a sabiendas de que el tema puede enriquecerse con citas de autores  procedentes de otras naciones y de otros tiempos, voy a trabajar solamente sobre la base de algunos clásicos argentinos. La intención del  ensayo  apunta, sin embargo, a recuperar la fuerza de los fundadores de las naciones latinoamericanas, no como un gratuito ejercicio de la memoria sino como un ritual revitalizador de poderes primordiales, para sobreponernos a los ataques endógenos y exógenos de la contaminación cultural.

Tres “héroes culturales”[1] de nuestro siglo XIX.

Figuras antagónicas en su tiempo como la de Domingo Faustino Sarmiento[2], “el Maestro de América” ,  la de Juan  Bautista Alberdi[3], el publicista que clamaba “gobernar es poblar” y “la victoria no da derechos” o la de José Hernández[4], el legislador que fundió su palabra con la de su personaje de ficción “el gaucho Martín Fierro”, son paradigmáticas en este sentido y acaso lo más valioso que puede hacerse, en procura de honrarlas, es intentar comprenderlas en su contexto histórico y  valorar la proyección de sus lecciones ante la deuda social de nuestros días.  Lectores de otros países latinoamericanas podrán enriquecer estas reflexiones, por identidad o por contraste, con sus propias experiencias históricas y vigentes.

No pocas veces, aunque  resulte paradójico (verdad que parece mentira), lo mejor es recurrir – instalando un diálogo virtual acaso no entablado nunca verbalmente-  a los testimonios de ideas coincidentes  expresadas por estos patriotas adversarios,  que fueron coetáneos.  Algunos textos  significativos para explicar el Facundo [5]de Sarmiento son, en este sentido,  los del legado de José Hernández, no solo en ambas partes de su inmortal poema[6], sino también en la “Interesante memoria sobre el camino tras-andino”, pieza epilogal de la primera edición de El gaucho Martín Fierro ( Buenos Aires,1872) y el de Juan Bautista Alberdi cuando, en el capítulo XXI de las   Bases[7] afirma: “En América gobernar es poblar”. Sin embargo, si analizamos con mirada contrastiva las afinidades entre las obras de estos tres grandes pensadores argentinos y aún si las cotejamos con las de otros coetáneos suyos emergentes de distintas comarcas de Latinoamérica, concluiremos en que el eje de los males que aquejaban a la sociedad de nuestros países pasa indefectiblemente por el desierto.

– El desierto.

Cuando, tras muchos años de sostener ideas y de practicar hábitos que creemos aconsejables, hacemos silencio para escuchar los ecos de las palabras dichas, buscamos lentes adecuadas para vislumbrar los reflejos de los gestos realizados y la realidad nos devuelve palabras y gestos que no muestran la menor marca de aquellos mensajes que enviamos con tanta esperanza, recurrimos con frecuencia  a una  frase hecha con reminiscencias bíblicas: decimos que hemos “predicado en el desierto”.

La expresión “el desierto” es de suyo enigmática y polisémica y cuando ella aparece en nuestras relaciones semánticas asociada al concepto de “cultura”, una cierta alarma nace en el espíritu que demanda reflexión profunda y extensa respecto de lo que ambos términos pueden tener en común y de si, al reconocer este último aserto, debemos entender que nos enfrentamos con el peligro o bien que estamos ante una circunstancia propicia.

La cultura argentina esencial, la de sus hombres representativos – en el sentido que a esta última palabra asignó Emerson[8]-  contiene frecuentes referencias al desierto. También está el concepto que nos ocupa en la tradición española como marca indeleble de la civilización árabe y como herencia bíblica, y de allí, de España, pero de la actual y posmoderna, vuelve a llegarnos el tema del desierto en innumerables testimonios literarios tanto como en simples hábitos lingüísticos. No es raro entonces  que las expresiones contemporáneas de la cultura popular, vinculadas a la mesomúsica[9] de consumo masivo multitudinario y a la obra de algunos de sus creadores más reconocidos hayan recogido el tema del desierto[10]  como lo hace en esta pieza del nebuloso universo del rock y con su particular estética, el argentino Alejandro Lerner cuando canta:

¿Dónde, dónde se llevaron las respuestas?
Siento, siento que he perdido la razón de ser,
de estar aquí. 
En este desierto
nadie me escucha lo que estoy diciendo,
nadie comprende cómo estoy sufriendo,
en este desierto.
Del lado de enfrente
hay otro igual a mí.
Alguien, alguien que le pida a Dios que vuelva.
Pienso, tanto que he dejado atrás,
siento que se está acabando el tiempo,
y estoy aquí.

En este desierto
llevo la frente enterrada en la arena,
junto a los pocos amigos que quedan
en este desierto.
Del lado de enfrente,
en este desierto
hay otro igual a mí.

Igual que todos los que viven y mueren,
igual que los viejos, niños y mujeres,
igual que nadie,
igual que vos,
igual que tu miedo,
tengo miedo yo,
en este desierto,
del lado de enfrente,
en este desierto
hay otro igual a mí,
hay otro igual a mí…

El desierto no es el medio ambiental  de lo incomprensible. Relacionado con la vacuidad, es, sin embargo un universo pleno de entidades innumerables. Caracterizado por su  extensión, cabe evocarlo en un grano de arena. Asociado al silencio es el espacio acústico del universo todo.

¿Acaso  el desierto puede identificarse con el concepto de “soledad”? Ciertamente no. Lo está negando la misma paremia citada inicialmente ya que no se la entiende como la acción de quien conscientemente emite mensajes para escuchas inexistentes sino como el esfuerzo realizado por alguien  para  despertar el interés de quienes están  y son capaces de oír, pero se resisten a escuchar.

El desierto resulta, así, el espacio de la incomunicación. Es el  territorio de la incomprensión de lo potencialmente comprensible. Por ello las incógnitas que el desierto nos presenta no son semejantes a las del verdadero enigma. Éstas, funcionalmente lúdicas, suponen la factibilidad de un pacto tácito entre el emisor de la pregunta y su receptor  que debe tener la respuesta en la enciclopedia de sus conocimientos o en el nivel mental de sus capacidades reconocidas. La adivinanza tiene sentido únicamente cuando quien la postula sabe que, por los pocos datos que ella aporta, el interrogado puede y por ello debe ser capaz de responderla. De lo contrario se cierra sobre sí misma y carece de sentido.

La incomunicación que surge del desierto está fundada en una situación inversa: lo  que el desierto expresa es todo aquello que  aún mostrándose en innumerable cantidad, diversidad, extensión, luminosidad y apertura no puede captarse, inventariarse, describirse, interpretarse, valorarse, aprehenderse, porque el receptor humano carece de las claves para superar las barreras sensoriales y psíquicas que lo separan de aquella entidad y la convierten en territorio del misterio.

La literatura argentina, en los tiempos iniciales de su conformación, nos entrega , precisamente, esa imagen del territorio desde el cual observa el poeta su medio natural, entorno tanto físico como metafísico que  se presenta en un próximo, repetido y cotidiano momento y que perdura en nosotros hasta casi obligarnos a la repetición involuntaria de estos versos de “La cautiva” de Esteban Echeverría: “ Era la tarde y la hora/ en que el sol la cresta dora/ de los Andes; el desierto, /inconmensurable, abierto/  misterioso a sus pies”.[11]

Comprender al desierto como “misterio” es, creo, un primer paso necesario. Exige un movimiento espiritual de  humildad  hacia la “cosa creada”, reflexionar sobre el desierto conduce a la certidumbre de que no están en esa entidad de indefinidos atributos las barreras, los obstáculos, las carencias que nos permiten captar lo que ella contiene, lo que a ella la constituye, lo que ella es, sino que dicha incapacidad procede de nuestros sentidos,  por lo general desigualmente desarrollados, debilitados por los hábitos rutinarios de una existencia poco exigente en cuanto al  cultivo de  técnicas de supervivencia. Esos sentidos que reconocemos en nosotros, no pocas veces, como casi  atrofiados por la falta de ejercitación adecuada, destellan cuando nos encontramos en el curso de la vida con personas que, carentes de la posibilidad de utilizar alguno de ellos (la vista, el oído, el gusto, el olfato, el tacto) agudizan sus facultades de percepción de tal modo que llegan a suplir lo no tenido por el desarrollo que, en su reemplazo, alcanzan los demás.

En otros casos se trata de facultades extraordinarias incrementadas por las exigencias del medio y, a veces, convertidas en un verdadero oficio. ¿Cómo no pensar aquí en los especialistas de la cultura rural descriptos por Sarmiento en el Capítulo II de su Facundo?  El baquiano y el rastreador son ejemplos notables de la lucha del hombre en el desierto, pero no contra él: el hombre lucha en el desierto contra sus propias limitaciones y logra que el desierto le hable, que el desierto le revele sus signos y sus secretos, incluso los ya entrevistos por ciertas las culturas aborígenes americanas que poseían conceptos integradores del “espacio-tiempo”[12].

Sobresalientes ejemplos de la importancia del desierto en nuestra idiosincrasia aparecen en un vasto espectro de autores argentinos y también los tienen las literaturas de otras naciones de Latinoamérica, hermanas en el espíritu que guió lo que se ha denominado extensivamente “la revolución de la independencia”. De entre ellos  hemos querido elegir  al poeta  argentino José Hernández, como paradigma del  político y del poeta que prestó oídos a una voz humana que procedía del desierto pero que vivía  en conflicto con  lo que del desierto se le ofrecía. La voz de un hombre cuyo ideal no era el desierto, que nació y fue criado en estancia y que, cuando conoció el mundo al que la sociedad en avance lo destinaba, vio con desilusión que ese mundo era no el desierto mágico sino el destierro vacío de los valores  en que se había criado,  al que rechazaba y por el que era rechazado  a su vez. La voz de un hombre tan incomprendido por la sociedad dirigente de su tiempo que fue llamado “mozo alegre” (“gauderio”), aunque su canto se expresara en  forma de una especie lírica tan característica como el “Triste” del gaucho argentino.

“Gaucho”, “caballo”, “poncho”, “mate“, “asado”, “cuchillo”, “pulpería”, “guitarra”,  “contrapunto” y también “amistad”,  “amor filial”, “valentía” , “honor” y “religiosidad” sin olvidar “pobreza”,  “injusticia”, “desgracia”, “frontera”,  “rebeldía”, “nostalgia”… son algunos de los sememas claves que el texto de Hernández recoge de la cultura popular, criolla, de su tiempo y los proyecta en las siguientes generaciones de argentinos con carácter de símbolos. Todas esas palabras poblaron el desierto y lo que puede ser nombrado, en realidad existe. La extensa tierra donde “no había nada” para el observador apresurado o inadvertido, pero donde voces antiguas de presencia secular y nuevas voces de mezclados acentos estaban creciendo en murmullos y llegarían al grito. Ese grito, surgido del desierto, daría origen a la nueva expresión americana que, más allá inclusive de la región gaucha, es la del criollo argentino inicialmente sin autoconciencia de marginalidad[13].

– La identidad del pueblo criollo en la pampa argentina.

Más allá de la certeza que sustenta en  nosotros la aceptación de ciertos elementos simbólicos – cada vez más alejados, algunos, de nuestras realidades cotidianas pero que, pese a esa conciencia de alteridad, reconocemos como nuestros –  la “cultura popular” argentina ha  desarrollado, a través de las generaciones, un vasto y cambiante panorama de hechos, de ideas, de opciones individuales y colectivas, de modas y de tradiciones, de emergentes originales y de transculturaciones exógenas, que resulta necesario revisar en procura de una aproximación al tantas veces analizado tema de la “identidad nacional”.

Frente a los conceptos de “cultura popular” y de “identidad nacional”  parece imponerse un análisis de  los contenidos semánticos de las palabras que conforman ambas expresiones consagradas por haber despertado internacionalmente el interés de innumerables especialistas en disciplinas diversas de orientación filosófica, sociológica, historiográfica, lingüística, filológica, artística, pedagógica, comunicacional y política, Se  requiere distinguir, en cada una de ellas, individualizándolos, a los vocablos que las conforman. De este modo, resulta imprescindible que, de poder extendernos en el presente ensayo, abordáramos el concepto de “cultura” con que vamos a manejarnos y  los alcances del lexema “popular”, así como también se nos impone definir la idea de  “identidad”  en el contexto y en relación directa con el calificativo de “nacional” al que se encuentra aquí asociada[14].

Ante un tema que nos comprende a todos, cada uno de nosotros, cada fibra del tejido social, posee su propia vivencia y también las posee quien esto escribe. Para ampliar el espectro he de proponer, como punto de partida, una mirada transdisciplinar que ponga el acento en las diversas y sucesivas opciones culturales realizadas por nuestro pueblo y  que, aplicada al campo sincrónico de la colectivización de los fenómenos y también al diacrónico de su tradicionalización en la memoria viva de la gente, consiga explicar, en términos aceptablemente sencillos,  la mecánica de la producción de variantes y de la construcción de identidades en relación con los diversos tiempos y espacios por los que los hechos culturales transiten. La observación objetiva de estos hechos esencialmente humanos es casi imposible de alcanzar en forma perfecta, por el hecho mismo de que el observador es también humano, pero hay que tratar de aproximarse a los fenómenos y a los procesos que los modelan desde la  actitud cognitiva que busca escuchar la voz de los portadores y acalla, en principio, la del propio analista.

Si bien existen múltiples caminos que pueden recorrerse con miras a esa meta, mi propósito actual es lograr respecto de este mundo de hechos y de  ideas un acercamiento que no pierda de vista el espíritu y la letra del legado de Sarmiento, de Alberdi y de Hernández cuya originalidad, desde el punto de vista metodológico, consiste precisamente en haber optado, con talento de escritores y proyección de estadistas, por  enfatizar ciertos rasgos que estaban presentes en la superficie de la cultura de su tiempo y que tenían, además, suficiente profundidad histórica como para resultar, para todos  sus lectores, identificantes y representativos. Rasgos que emergen sin ocultar otros en los cuales no recayó la opción creadora de los autores, ya que  la elección de unos implicaba  el conocimiento y también la aceptación de todos los demás.    

 Existe un paralelismo entre estos procesos  revelados por el análisis de la producción literaria de nuestros paradigmas y los mecanismos de cambio propios de la construcción de una cultura popular: para poder caracterizar su identidad presente se hace necesario inventariar los hechos de su pasado y tratar de percibir las diversas líneas de elección que han ido determinando aceptaciones y olvidos. Todo pasa por el tamiz social. Algunos elementos – como lo esquematizó Marshall McLuhan[15]- se tornan obsoletos, otros quedan, perduran, cambian, florecen en renuevos inesperables por imperio de la libertad creadora popular.

Trataré de actualizar estas opciones ante la alarma actual: el desierto de la incomunicación ha absorbido y hundido en sus arenas los legados del pasado y está extendiéndose en su superficie, con la rapidez propia de los avanece técnicos de nuestros días, la expresión contaminante que pulula también en toda Latinoamérica.

– Gobernar es poblar

Gobernar es poblar,  el axioma de  Alberdi  resumió una visión socio-política propia de la Argentina del siglo XIX compartida por los prohombres de su tiempo. Pero ¿qué es poblar hoy? ¿Qué es poblar hoy en naciones con escaso analfabetismo pero con inmensas carencias  referidas a mala salud, desnutrición, desorganización familiar, falta de contención social y tantas otras lacras que la mera alfabetización no pudo erradicar?  La unidad social básica ha sido y es la familia y, por ello, poblar no es construir barrios  de ocupación circunstancial cercanos a establecimientos industriales, o fomentar la instalación precaria de villas de emergencia, o disimular la mendicidad de personas “sin techo” bajo la apariencia de actividades superfluas, y hasta, a veces, nocivas. Poblar es crear instalaciones humanas con voluntad y posibilidad de permanencia, fundar aldeas orgullosas de su identidad, inventar nuevos “pagos” o “querencias” para la gente que ha perdido los de sus ancestros y que tiene derecho a recuperar una vida plena.

Los pueblos  generados por esta acción  han de  volver a una estructura virtuosa , cuyo centro, espacio potenciado por valores sacrales y simbólicos, será la plaza. El diseño del poblado ideal, del “pago” que necesitamos como célula activa para la reunión de las familias hoy desconcertadas que desean volver a fundar la República, no es una agrupación de viviendas precarias en las que parece que no vale la pena pensar como algo cimentado con esfuerzo y levantado para la posteridad; no es, lo repetimos, un asentamiento de personas que han elegido como modelo de existencia la de los que pasan por el viaducto o la autopista y que, sin proponérselo  -y aunque lo haga cada uno de ellos con su cruz a cuestas, siempre ha de parecer que llevan consigo las claves de una felicidad de imagen mediática, alimentando en sus espectadores un cúmulo creciente de  deseos insatisfechos, generadores de violencia.

El pueblo – el poblado-  que necesitamos es aquel que se construya mirando hacia su mismo centro, orientado hacia su propia plaza entendida como el espacio aceptado para la sociabilidad, para la solidaridad endógena, para la comunicación, para la fiesta y para el duelo compartidos por quienes se sientan integrantes legítimos de una verdadera comunidad.

Ya no se trata, evidentemente, de pensar en traer rubias familias europeas necesitadas de apoyo: bastantes de nuestros nativos están mostrando diariamente que no se benefician con los derechos ni pueden cumplir con los deberes de auténticos pobladores de la Argentina. Poblar era, en 1879, lograr el acceso de  cada familia a cierto supuesto mínimo de  planificación social, lo que se resumía, según  José Hernández le hizo decir a su gaucho Martín Fierro (Canto XXXIII de “La Vuelta/…” 1879) en que: “debe el gaucho tener casa, /escuela, iglesia y derechos”. Hoy, como entonces, debe el hombre tener básicamente eso y para tenerlo debe vivir – poner su casa- bajo el amparo de un diseño poblacional que reúna aquellas entidades indispensables: la que proporciona la educación, la que conforta el espíritu  por la  fe y la que administra la justicia. Convengamos en que, en la sociedad del siglo XXI los derechos de las personas incluyen  también el contar con centros de salud bien equipados, servicios básicos, buenas rutas de acceso y medios de comunicación y transporte. El esfuerzo mancomunado de los pobladores y el apoyo de los gobernantes van a poder proporcionarlos, si se actúa con firmeza y honestidad sin claudicaciones.

Una instalación humana  del tipo “barrio obrero”, ubicada de modo que mire a una autopista, como la mayor parte de las de  moderna construcción, configura un espacio inestable. Se presenta como una alternativa circunstancial para la vida, como un lugar de tránsito, de aceptación temporal para quienes, en definitiva, han de querer salir de ella para sumarse a los “felices” que, encerrados en cápsulas automotrices y con la vista fija en un  utópico “más allá”, se encaminan hacia la meca  urbana donde están los clubes de fútbol, las figuras del deporte y la televisión, entre otros paraísos artificiales forjados por  lo que Umberto Eco llamó “la estrategia de la ilusión”[16].

Para quien deba unir por carretera puntos distantes de cualquier provincia argentina, a poco andar, el desierto vuelve a aparecérsele como fantasma de sus miserias. Se trata ahora de desiertos alambrados, es cierto, pero son desiertos al fin porque lo que no hay en ellos son personas que expresen manifestaciones de vida en comunidad. Que cada tanto se vean grandes silos supuestamente pletóricos de  frutos del esfuerzo agrícola, o que en leguas y leguas de trayecto algunas veces aparezcan como inmensos insectos metálicos maquinarias rurales conducidas por algún solitario trabajador, no cambia nada. Cultivos extensivos cuyos precios internacionales no permiten dar valor a la creatividad de las personas son la base de los programas macroeconómicos del país… pero nos estamos perdiendo lo mejor. Nos estamos perdiendo lo que muchas otras naciones tecnológicamente avanzadas han fomentado para asegurar el equilibrio existencial de su población. Me refiero a las actividades propias de cada comunidad,  a las procedentes de una tradición preexistente o a las que fundan nuevas tradiciones para el porvenir. Me refiero también a micro emprendimientos orientados hacia el cultivo de vegetales delicados o a la cría de animales costosos, a la elaboración de conservas especiales, de productos lácteos de alta calidad, de subproductos de la gran producción agropecuaria que caractericen por lo auténtico de sus técnicas a cada pueblo o a cada área poblada del país y merezca así ser garantizado con algún sello de autenticidad que aumentará su valor de venta. Las artesanías tradicionales hallarán mercado para sus ancestrales maravillas. En todos los casos pensamos en productos con un alto valor agregado por su manufactura y también por su presentación en envases lindos, prácticos y característicos. Para llegar a ello estará de por medio una secuencia de auténticos compromisos contraídos entre personas responsables del buen funcionamiento de  cada eslabón en la cadena de logros que cerrará con buen éxito las distintas etapas de realización.

Por otra parte, un plan de poblamiento productivo como el que aquí se bosqueja deberá estar sustentado por acciones concretas del estado-inmediato, entendido este último como la delegación regional del estado-nación. La regionalización auténtica – no voluntarista sino basada en datos concretos que incluirán desde el sentido histórico y simbólico  de pertenencia de los pobladores hasta el equilibrio entre las posibilidades de mayor o menor desarrollo productivo del ambiente natural – será condición necesaria para poder llevar a cabo un plan como el que someramente hemos descripto. La educación constituirá, en todo este proceso, su máxima, su irreemplazable herramienta.

 -Los caminos y  el “otro” que es hermano,  en Latinoamérica,

El texto final que incluyó José Hernández en su primera edición de El gaucho Martín Fierro (1872), “ Interesante memoria sobre el camino trasandino”[17], es, al  tiempo que un plan de acción concreta propuesto a los gobernantes de su tiempo, uno de los primeros y más claros mensajes de hermandad americanista que se encuentran en nuestra literatura.

En el presente siglo XXI, una afluencia de inmigrantes latinoamericanos, impensable a mediados del siglo anterior, ha cambiado la fisonomía étnica de nuestras ciudades  sin enriquecer, lamentablemente, con aportes de sus respectivas tradiciones folklóricas, nuestro patrimonio cultural. Por el contrario, parece que sobre esos grupos migrantes y sobre los estamentos de menores recursos de nuestro pueblo criollo hubiera descendido y permanecido con asombrosa receptividad una suerte de nebulosa globalizada que incluye aceptación del ocio, canonización de la ilegalidad en los comportamientos individuales y colectivos, negligencia y suciedad en sus ocupaciones territoriales, destrozo y mal uso de la propiedad colectiva, enfrentamiento con el orden social republicano y hasta con los principios de la moral natural (violaciones e incesto), costumbres y actividades relacionadas con el consumo y la comercialización de sustancias nocivas. Todo ello provoca una verdadera contaminación del contexto cultural que se proyecta en todos los segmentos de la sociedad, divulgando actitudes callejeras, modalidades impuras del habla coloquial, situaciones de riesgo para la infancia, la mujer, la juventud, la ancianidad,  las personas discapacitadas o con capacidades diferentes y todos los grupos de personas más expuestos a riesgos.

Se suma a este fenómeno la recepción de tales “novedades” por los hacedores de lo que se denomina “cultura popular actual”, que componen canciones, generan espectáculos en distintos medios, donde puede advertirse que se ha tomado a dichos dramas sociales como modelos y que, al proyectarse sus palabras, sus gestos, sus comportamientos en pantallas (objetos del nuevo culto en todas sus medidas) o en escenarios,  aplaudidas por multitudes, resultan convalidadas y modelizantes, especialmente para la juventud. La profanación de templos católicos, el escarnio de conmemoraciones propias de la colectividad judía, los femicidios  e infanticidios, los asaltos y asesinatos de ancianos y otros crímenes espantosos tienen sustento en las enajenaciones autoprovocadas por personas que, después de cometerlos, muchas veces declaran que no sabían lo que hacían… ¡y dicen la verdad! Han retornado, por los viejos caminos del fanatismo y de la alienación, en medio de las multitudes que los aturden con sus gritos y con el celular en mano que los aísla del prójimo presente, al desierto de la incomunicación.

Los observadores más lúcidos que conocemos sostienen que solo la educación puede revertir tal proceso de auténtica contaminación.

Educación popular  para vencer a la contaminación.

Una de las obras de Domingo Faustino Sarmiento que más deberían impactar sobre los lectores del siglo XXI es La educación popular (tomo XI de sus Obras completas), no solo por  su carácter precursor sino por la vigencia que, a partir de una  mirada historicista, mantienen  sus principios básicos  hasta nuestros días.  Dice el autor:

     El lento progreso de las sociedades humanas ha creado en estos últimos tiempos una institución desconocida á los siglos pasados.  La instrucción pública, que tiene por objeto preparar las nuevas generaciones en masa para el uso de la inteligencia individual, por el conocimiento aunque rudimental de las ciencias y hechos necesarios para formar la razón, es una institución puramente moderna /…/.

En la Argentina actual es necesario recordar estas premisas para fomentar su adopción  de la educación popular como institución moderna, por una sociedad en la que extensos sectores parecen creer que la escuela es un territorio de jóvenes librados a su propia voluntad de ser y de hacer, y no un templo del conocimiento nutricio y de las virtudes formativas.

Cuando quien esto escribe expone su programa “Marginalidad cero=multiplicación de los centros”[18], no pocos propietarios de campos, estancias o chacras, personas amigas, piadosas, benefactoras, excelentes, han argumentado – desilusionándome – que si la gente de las villas se trasladara a las proximidades de sus campos, dadas las costumbres que habitualmente exhibe, contaminaría las aguas y los suelos. El primer paso sería, claman todos, intensificar su educación en  el más amplio  sentido, volver a la preocupación de Sarmiento por la educación popular. Ante los nuevos índices de densidad demográfica que las poblaciones migrantes de otros lugares de Latinoamérica o del interior argentino han generado en los asentamientos precarios urbanos y periurbanos que hoy pululan, urge insistir, con la cooperación de los mismos actores de dicho proceso, muchos de ellos honestos y conscientes del mal que los rodea, en los riesgos actuales de no evitar, en todas sus formas, la contaminación cultural y su transferencia a la vida social.

– El “desierto verde” y el “desierto blanco”.

Una conciencia colectiva respecto de los riesgos de la contaminación ambiental se evidencia, en forma creciente, en la sociedad de nuestro tiempo. Manifestaciones de distinto carácter y variada envergadura se producen, con significativo incremento de participantes activos, contra la explotación de yacimientos mineros a cielo abierto, el uso descontrolado de sustancias tóxicas, la tala a destajo de reservas arbóreas en las selvas naturales, los monocultivos de árboles o plantas que afectan la biodiversidad,  la liberación de peligrosos efluentes fabriles en los cursos de agua y otras acciones aberrantes que atentan contra la vida en la Tierra.

Tales muestras de repudio no pueden despertar en los seres humanos sino sentimientos de aprobación, de apoyo y de reconocimiento, sobre todo cuando existe, en las maneras de actuar y en los principios defendidos por los manifestantes, la necesaria transparencia para convencernos de que no se trata de maniobras encubiertas de sectores políticos que miren solamente para un costado de la realidad y dejen en sombras lo que no conviene a sus propósitos sectoriales. Porque este último tipo de trasfondos se percibe, en tales actos públicos, con excesiva y lamentable frecuencia.

Pero la contaminación ambiental de nuestro mundo no consiste solamente en aquellas formas de agresión tangible, sino que actúa, sobre todo, en niveles inmateriales  tan vitales como los del aire que respiramos y al agua que bebemos. Me refiero a los planos del pensamiento, de la ética, de la espiritualidad, de la cultura toda como conjunto de bienes patrimoniales de cada sociedad..

Que las lecciones de las ciencias duras pueden ser aprovechadas por las llamadas “humanidades” y viceversa es algo ya probado y si aceptamos que pueden hallarse relaciones entre la física cuántica y la filosofía tomista[19] pasando por la imaginación borgesiana[20] también nos permitiremos recurrir a los estudios de los procesos biológicos de contaminación para aplicarlos a otros campos  de saturación por elementos nocivos.

– Los mecanismos físicos de contaminación.

La contaminación, tanto atmosférica como telúrica, cuenta entre sus estudiosos a buen número de especialistas mexicanos, llevados por el deseo de mejorar las condiciones de vida de la sociedad que habita su magnífica ciudad capital, cuya ubicación geográfica, como es bien sabido, ha favorecido un  fuerte impacto contaminante que le es característico. Por ello las formulaciones que surgen de sus científicos poseen verdadero valor teórico y práctico y muchas tesis universitarias han tratado este tema con singular maestría. De una de estas tesis, la titulada  Realización de software educativo para simular la dispersión de contaminantes atmosféricos, defendida ante la Escuela de Ingeniería de la Universidad de América (Cholula, Puebla) el 31 de enero de 2004  por Carmen Ivette Arzate Echeverría  para obtener el título de Licenciada en Ingeniería Química con área en Ingeniería de Procesos, hemos extraído algunos elementos perfectamente aplicables al análisis del fenómeno que nos ocupa: la contaminación cultural.

Lo esencial, en el campo de los contaminantes físicos y también en el de la cultura, es la realización de un adecuado diagnóstico de la situación. Esta medición de frecuencias y densidades fenoménicas debe realizarse tanto en relación con las fuentes contaminantes como con el medio receptor de su acción y con las condiciones generales que, como los vientos y las tormentas en el caso de la polución ambiental o los cánones de poder en el de la cultura, contribuyen a favorecer los cambios nocivos (aunque también podrían actuar como agentes benéficos).

– Procesos de contaminación cultural.

Lo mismo que ocurre en los fenómenos antes mencionados de contaminación ambiental, es necesario tener en cuenta, pues, en cuanto a los elementos contaminantes y a sus fuentes, el origen, la evolución universal y local de los agentes de cambio cultural  contaminante y los factores que favorecen su propagación masiva, así como la tasa de vida media del agente contaminante que, en el caso de la cultura, puede instalarse como moda pasajera o como proceso en avance incontenible, con aspiración canónica, cuyas probabilidades de desaparición sean despreciables o iguales a cero.

Respecto del medio social receptor de su acción es preciso poder ponderar su predisposición para aceptar y cultivar los fenómenos contaminantes. Será necesario tomar conciencia de los espacios vacíos que han ido quedando, a través del tiempo, en el tejido de su cultura fundamental, las funciones preexistentes  que vienen a cumplir los elementos recién llegados y las nuevas funciones creadas por condiciones  ambientales variables: “vientos y tormentas” de ideas y de conductas antes desconocidos en el área cultural de referencia.

 – Una bajada a la realidad.

Y ahora sí, trataremos de bajar a la realidad circundante que motiva estas reflexiones. ¿A qué nos estamos refiriendo?

Nos estamos refiriendo a las maneras instaladas en la expresión verbal de nuestra gente: la palabra obscena, el insulto listo para surgir, la actitud permisiva de las familias y de los docentes ante los niños que hacen uso permanente de tales modos del habla, las letras de canciones popularizadas que aluden con encomio explícito a la droga, al delito, a la violencia.

Nos estamos refiriendo a las formas reconocidas como propias de la  expresión corporal de la sociedad argentina: la agresión sonora a la intimidad de los otros; la pérdida del respeto por el cuerpo propio y ajeno; la reunión de personas en “patotas” y “piquetes” que se abrogan poder para desconocer derechos de sus conciudadanos; la utilización de la vía pública como lugar para la culminación de noches de juerga, impropiamente llamadas “bailes”, no pocas veces con lamentables saldos de jóvenes  muertos y heridos. Este segmento de la problemática incluye ciertas modalidades de la expresión gestual que muestran claramente la penetración lograda por modelos exógenos, ajenos generalmente al mundo hispanoamericano, que han invadido -probablemente  sin proponérselo – a algunos sectores de la política local y tienden a  desvirtuar nuestros tradicionales comportamientos en relación con los símbolos patrios, por ejemplo.

Nos estamos refiriendo también al clima general en que prosperan tales
comportamientos: el que ha consagrado al error o a la mentira muchas veces repetidos como acierto o como verdad; el que subestima el valor del trabajo y del esfuerzo fecundo y aspira a un estado de reposo sustentado desde un “afuera” indefinido; el que, aunque se declara celebrante del feriado permanente, dice rendir un contrapuesto culto a la “energía”; el que ha confundido el estereotipo “liberación” (que supone partir de la esclavitud) con auténtica libertad exenta de resentimientos.

Tales actitudes y otras derivadas de ellas mantienen unida la  existencia de la persona, por influencia del canon imperante en la sociedad, a las negras cadenas de una memoria selectiva, configurada a partir de preconceptos vinculados con etapas iniciales de la propia vida (nacimiento, familia, infancia, escolaridad) o de la historia  de su comunidad, en las cuales – ya sea bajo la especie de normas de convivencia familiar o escolar, ya bajo el signo de mandatos religiosos o de leyes civiles – la mirada sesgada a la usanza del tiempo encuentra siempre elementos de autoritarismo y de prohibición juzgados repudiables y contra los cuales es necesario rebelarse. Al “héroe” de esta lucha, sin embargo, las presiones correctivas de su propio medio ambiental  le permiten llegar solamente a un ejercicio simulado de autonomía pues, para lograrla, debe  encuadrarse en los marcos que el canon social y político le imponen, cuando no allanarse a aceptar la invitación  a volar, en el colmo de la seudo liberación esclavizante, hacia paraísos artificiales adornados por lo que ya Baudelaire llamaba “las flores del mal”[21]. Y allí se establece el drama de una juventud que, en forma creciente, ha buscado encontrarse a sí misma e identificarse con el “otro” por el medio especioso de la anulación de su ser, vivir con miedo y huir de él  para sumirse en el error; adentrándose en el desierto de la incomunicación y enfrascándose en una verdadera “cultura de la muerte”.

 – Hacia una nueva contracultura[22]: la del rescate de la identidad.

     Nada es igual en los planteos referidos a la identidad en las sociedades modernas después de haber conocido los trabajos de Zygmunt Bauman sobre “modernidad líquida”[23], poderosa metáfora según la cual, entre otras cosas,

–         las identidades son semejantes a una costra volcánica que se endurece, vuelve a fundirse y cambia constantemente de formas por lo que, aunque desde afuera parecen estables, al ser miradas por el propio sujeto, se muestran en ellas fenómenos de fragilidad y desgarro constantes.

–          el único valor heterorreferenciado es la necesidad de autoconstruirse con una identidad flexible y versátil que haga frente a las distintas mutaciones que el sujeto ha de enfrentar a lo largo de su vida; 

–          la felicidad se ha transformado de “aspiración ilustrada” para el conjunto del género humano en deseo individual, en una búsqueda activa más que en una circunstancia estable. Por ello la felicidad  sólo puede ser un estado de excitación espoleado por la insatisfacción y el exceso en los bienes de consumo nunca será suficiente.

Frente a tales planteos individualistas la realidad cotidiana nos muestra imágenes muy distintas y en ocasiones francamente opuestas a las que emergen de tan singulares ideas. Dichas imágenes son, precisamente, las de la sumisión colectiva a la adopción de elementos contaminantes por el solo hecho de satisfacer con ello instintos gregarios con respuestas propias de las etapas más arcaicas de la sociedad, cuyo referente es la horda y su forma de instalación territorial es el nomadismo.

Es curioso que Bauman no tenga en cuenta, frente a sus planteos, la estructura tetrádica de Marshall McLuhan[24], estructura que, con conceptos específicos  ( A.- Realce /figura/; B. Desuso /fondo/; C. Recuperación /figura/; D. Inversión /fondo/ ) trabaja sobre lenguajes diversos. Allí el autor canadiense inserta su famoso axioma  “El medio es el mensaje” y  propone, entre otros iluminadores conceptos, los siguientes:

–         Así como el contenido de una nueva situación desplaza al viejo fondo, se torna disponible para la atención ordinaria como figura. Al mismo tiempo nace una nueva nostalgia.

–         La tarea del artista ha sido la de informar sobre la naturaleza del fondo al explorar las formas de sensibilidad que cada nuevo fondo o modo de cultura ponen disponibles, mucho antes de que el hombre corriente sospeche que algo ha cambiado.

–         /…/ el tétrade lleva a cabo la función del mito en el sentido de que comprime el pasado, el presente y el futuro en uno, gracias al poder de simultaneidad.

De estos planteos surge la explicación de lo que las sociedades contemporáneas realizan inconscientemente: A.- la aparición de nuevos elementos culturales, B.- la eliminación de los que por ello se tornan obsoletos; C.-  la recuperación de elementos procedentes de los hoy obsoletos que se muestran funcionalmente necesarios para el futuro de la innovación; D.- el cambio de lo antiguo y la adopción de lo nuevo.

Aunque no figure este planteo entre los formulados por McLuhan podemos sostener que la cultura popular tradicional, el folklore[25], es un patrimonio constituido por elementos útiles a la etapa C del mencionado proceso ya que ellos a veces se encuentran en estado subyacente en las manifestaciones externas de la cultura, constituyen una materia en estado de  “fluencia latente”[26] capaz de proporcionar respuestas de acabada  funcionalidad para el medio social del cual alguna vez surgieron. Por ello sostenemos que, contra las diversas formas de lo que hemos llamado “la expresión contaminante”, tiene sentido recuperar  los principios fundadores de aquellos paradigmas históricos de pensamiento tan vigente.

Reinstálense las ideas de que conviene hacer de toda la República una escuela para “educar al Soberano”, mediante la “educación popular” (Sarmiento); de que “gobernar es poblar”, (Alberdi), y de que “debe el gaucho tener casa, escuela, iglesia y derechos”  (Hernández),  y venga la gran revolución estructural de nuestro poblamiento  sin marginalidades, mediante la multiplicación de los centros de actividad productiva, procesadora, transformadora y comercializadora, a partir de materia prima  sana, de óptima calidad.

En nuestra sociedad actual lo realmente revolucionario es vencer la contaminación recuperando la identidad cultural. Con ello acudirían a las personas, a las familias, a las comunidades – cuya diversidad original se respetaría en el marco de la República -, las respuestas adecuadas para satisfacer no sólo el  apetito de alimentos – que es muy urgente – sino también otra hambre que genera todas las demás: la de sentirse ligado a tradiciones acuñadas por los antecesores que, hoy como ayer, son válidas para la vida. Y aquí se trata de la vida de la persona humana que no puede sustentarse sólo con comida, bebida y diversión gratuitas, sino también con formas consagradas de la sociabilidad, del respeto por la coexistencia en familia, del cantar, el bailar y el decir  tradicionales, de las fiestas regionales que celebran las faenas cumplidas, del juego y del cuento infantiles (tan cargados de saberes profundos), del culto religioso, de las artesanías y artes que convierten la holgazanería estéril en ocio fecundo. En este marco cada hombre, mujer o niño puede innovar y  crear en libertad y  sin duda alguna, producir propuestas  propias y realizaciones que trasciendan el ámbito local y aún el nacional, con aportes que el mundo reconocerá por su sello de identidad y respetará por ello, como nosotros seguiremos respetando todo lo bueno, sano y valioso que nos llegue del gran conjunto cultural de la Humanidad. . .

Aceptar estas premisas de lo que he llamado la “contracultura de la tradición”  es lo realmente revolucionario en la actual lucha contra la cultura de la dependencia, de cuya implantación seremos culpables en tanto nos constituyamos en meros receptores pasivos.

Buenos Aires, noviembre 2013.

 

*Olga Fernández Latour de Botas. Doctora en Letras, Miembro de número de la Academia Nacional de la Historia y de la Academia Argentina de Letras, miembro correspondiente de la Academia Provincial de Ciencias y Artes de San Isidro. Directora del Centro de Estudios Folklóricos “Dr. Augusto R. Cortazar” de la Pontificia Universidad Católica Argentina.

 

[1] Vé. : Thomas Carlyle (UK 1795-1881) Los héroes, 1º ed. 1840 y Augusto Raúl Cortazar (Salta, Argentina 1910, Buenos Aires, 1974) , Ciencia Folklórica Aplicada. Reseña teórica y experiencia argentina. Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 1976.

[2] Domingo Faustino Sarmiento (San Juan, Argentina-, 1811.- Asunción ,Paraguay, 1888)

[3] Juan Bautista Alberdi (Tucumán, Argentina,  1810- Neuilly, Francia. 1884 )

[4] José Hernández  (Perdriel, Buenos Aires, Argentina, 1834- Buenos Aires, 1886)

[5] Civilizacion i Barbarie. Vida de Juan Facundo Quiroga, I. Aspecto físico, costumbres i ábitos de la Republica Argentina. On ne tue point les idées-Fortoul. A los ombres se degüella, a las ideas no, por Domingo F. Sarmiento. Miembro de la Universidad de Chile i Director de la Escuela Normal. Santiago, Imprenta del Progreso, 1845.

[6] El gaucho Martín Fierro   / por / José Hernández /  Contiene al final una interesante memoria sobre / el camino trasandino./ Precio: 10 pesos / Buenos Aires / Imprenta de La Pampa, Victoria 79 / 1872. La Vuelta/  de /  Martín Fierro / por José Hernandez/ .  Primera edición, adornada con diez laminas /  (ilustración: litografía de Carlos Clérici, grabada por Supot) /  Se vende en todas las librerías de Buenos Aires / Depósito central: Librería del Plata, Calle Tacuarí, 17/ 1879

[7] Alberdi, J.B. Bases  y puntos de partida para la organización política de la República Argentina (París, 1879) . Primera edición, Valparaíso (Chile), Imprenta del Mercurio,  1º de mayo de 1852.

[8] Ralph Waldo Emerson (USA 1803-1882) . Representative Men  (1850).

[9] Mesomúsica es nombre que aplicó Carlos Vega a las manifestaciones muicales de consumo masivoque no son música académica y folklore musical.

[10] Álbum: Buen Viaje (2003I. Tema “El desierto” Autores: Ignacio Elisavetsky y Alejandro Lerner. También el disco de Luis Alberto Spinette (1997): “Spinetta y los Socios del Desierto”, entre otros.

[11] Esteban Echeverría. La cautiva (poema).  En: Rimas, 1837.

[12] El concepto inkaico de “pacha-kuti” ( pacha: el estado de las cosas; kuti:el vuelco de las cosas) alude a esta  dinámica generadora y sustentadora  de la existencia

[13] Dice Sarmiento: Los argentinos, de cualquier clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen una alta conciencia de su valer como nación; todos los demás pueblos americanos les echan en cara esa vanidad, y se muestran ofendidos de su presunción y arrogancia. Creo que el cargo no es del todo infundado, y no me pesa de ello. ¡Ay del pueblo que no tiene fe en sí mismo! ¡Para ése no se han hecho las grandes cosas! ¿Cuánto no habrá podido contribuir a la independencia de una parte de la América la arrogancia de estos gauchos argentinos que nada han visto bajo el sol, mejor que ellos, ni el hombre sabio, ni el poderoso?  (Facundo,  II)

[14] Resulta obligado que citemos algunos de los trabajos en que, antes de ahora, nos dedicamos a estos temas: O.Fernández Latour de Botas, Estudio preliminar del Atlas de la cultura tradicional argentina para la escuela, Buenos Aires, varias ediciones, 1986,  1988 y 1994 y, con Marta Silvia Carolina Ruiz. La búsqueda de la identidad nacional en la década del 30, Buenos Aires, Faiga, 1992; entre otros.

[15] Marshall McLuhan y B.R. Power. La aldea global. Transformaciones de la vida y los medios de comunicación mundiales en el siglo XXI, México, Gedisa, 1993.

[16] Umberto Eco. La estrategia de la ilusión. Buenos Aires , Editorial Lumen, Ediciones  de la Flor,   1986.

[17] Vé. O. Fernández Latour de Botas. « Los paréntesis de José Hernández », en: Investigaciones y ensayos, Nº 51, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 2005.

[18] Vé. el artículo que, bajo el título de “Más centros, menos marginalidad” se publicó en La Nación, Buenos Aires, el 28 de febrero de 2011.

[19] Vé., por ejemplo, la obra del joven filósofo argentino Ignacio A. Silva Indeterminimo en la naturaleza y mecánica cuántica. Tomás de Aquino y Werner Heisenberg, Pamplona, Universidad de Navarra, 2011 (Cuadernos de Anuario Filosófico. Serie Universitaria, 232).

[20] Alberto Rojo. “Borges, profeta de la física cuántica”. En La Nación, Buenos Aires, 14 de noviembre de 2013

[21]Charles Baudelaire. Les fleurs du mal. Paris., 1857.

[22] El concepto de contracultura puede verse, por ejemplo: Jorge Caballero, “La contracultura es un concepto vigente en cualquier época: Martínez Rentería”. En La  Jornada– on line, México, 2005.  También: O. Fernández Latour de Botas, Historias gauchescas en las Fiestas Mayas rioplatenses, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 2009..

[23] Modernidad líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica. 1999

[24] M. McLuhan. Obra citada en nota Nº 13

[25] El folklore es una síntesis esencial del ejercicio de la actividad creadora popular en relación con sus modelos (O. Fernández Latour de Botas, 1980).   Dinámica y relativa,  la cultura folklórica, fruto de un doble proceso de colectivización sincrónica y de transmisión diacrónica de carácter generacional (Augusto R. Cortazar, 1960; 1974), es, en definitiva, un “pasado presente” (O. Fernández Latour de Botas, 1995).

[26] Augusto R. Cortazar.  Esquema del Folklore, Buenos Aires, Columba, 1960.


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