CONTENIDOS SEMÁNTICOS DEL LEXEMA “CULTURA»

marzo 31, 2010 in OTROS TEMAS | Comments (0)

or Olga Fernández Latour de Botas

El riquísimo marco de referencia que nos ha proporcionado el discurso del Dr. Gregorio Weinberg sobre el tema general de la “cultura” abre caminos para la reflexión en varios sentidos. Yo he elegido el de los contenidos semánticos del vocablo “cultura” porque entiendo que en la pluralidad de representaciones que él conlleva se encuentra una de las claves de la desinteligencia que observa lúcidamente Weinberg y que todos, en general, percibimos, sobre lo que se está nombrando al pronunciar ese tan desgastado término.
Por una parte deseo reivindicar la aportación decimonónica en cuanto a este asunto, si no en el terreno de la actitud del público, sí en el de la concepción científica. Es posible que en el siglo XIX la gente común hubiera abusado en la aplicación del concepto de cultura a las formas elitistas del saber y del comportamiento humano, pero debemos destacar que, a partir de los avances que a fines del siglo XVIII realizaron en París los eruditos integrantes de la famosa Societé des Observateurs de l’Homme, la constitución de una verdadera disciplina antropológica y de variadas ramas que la integraron bajo el nombre de Ciencias del Hombre, comenzó por formular una concepción de la cultura totalmente revolucionaria. Se trataba de considerar “cultura” a todo aquello que no era meramente “naturaleza”. Cultura es todo lo que el hombre agrega a la naturaleza; todo aquello mediante lo cual la transforma.
La nueva mirada sobre la cuestión cultural presenta problemas lingüísticos diferentes según los idiomas en que se utilice. No parece chocar demasiado para el idioma castellano, para el inglés o para el alemán, pero en francés, por ejemplo, la identificación del vocablo “culture” con el significado de “cultivo de la tierra” es tan fuerte que en el Dictionnaire Universal des Sciences, des Lettres et des Arts (Paris, Hachette, 1884) no se da sino este último significado bajo el mencionado lexema. Sin embargo, no hay oposición insalvable en la adopción antropológica del término, ya que un hecho de “cultura” procede siempre del “cultivo” de tal o cual manera de responder a las necesidades espirituales, sociales o materiales del hombre; un cuidado, un mantenimiento, un perfeccionamiento colectivo y de transmisión generacional por parte del grupo humano que lo reconoce como propio, se identifica con él y es capaz de producir en él todo tipo de cambios en ejercicio de su libertad creadora y de las sucesivas opciones sincrónicas y diacrónicas que lo localizan.
La magnitud del cambio que abre el concepto antropológico de cultura en todas las esferas de la actividad humana es abismal y ha costado mucho que la extensión de su sentido sea trasladada al pensamiento generalizado de las naciones de Occidente. Si volvemos al caso de los diccionarios y las enciclopedias veremos que aún se define a una de las disciplinas antropológicas, la Arqueología, como “la ciencia que estudia los monumentos de las civilizaciones antiguas”: las placas grabadas, lascas incisas, puntas de flechas y hachas monolíticas de mano que constituyen los patrimonios arqueológicos de vastas zonas de nuestro país, no parecerían justificar su inclusión en el campo de observación de esta ciencia. Sin embargo son valiosísimas muestras de que, en los sitios donde hoy se las encuentra, han existido en el pasado comunidades de personas humanas unidas por maneras de actuar que les fueron comunes y distintivas que constituyeron su “cultura”, aunque no haya habido allí “civilización”, es decir “cultura de las ciudades”, por no existir “ciudad”.
He dicho que la concepción antropológica de “cultura” fue y sigue siendo revolucionaria y agrego que, como pocas revoluciones, careció de ribetes negativos: es una pura afirmación del valor ínsito en las acciones de los hombres de todo lugar y tiempo. Por lo demás, si bien obliga a ciertos cuidados en su uso presente, no exige que desaparezca del discurso general la acepción antigua de “cultura”, restringida al cultivo de manifestaciones superiores del conocimiento, por lo que su revolución no fue generadora de exclusiones. Según las categorías de Marc Angenot diríamos que no se trata de una palabra (parole) excluyente porque no elimina otras, ni de una palabra exclusiva porque no restringe sino que por el contrario amplía su aptitud para más usuarios y mucho menos de una palabra excluida ya que, como podemos ver en los actuales medios masivos de comunicación, nunca se ha hecho tanto uso y abuso de ella como en nuestros días. Lo que generalmente queda excluido del discurso generalizado es su significado antropológico, el verdadero móvil de la revolución semántica que igualó a todos los grupos humanos con la aseveración de que ninguno de ellos carece de cultura: todos han generado modos diversos de cuidar y de transformar la naturaleza a la medida de las necesidades concretas o simbólicas de la comunidad.
Corresponde ahora echar un vistazo sobre los diferentes contenidos de significación con que hallamos a nuestro lexema, precisamente, en el discurso de más reciente actualidad. Una nómima tomada del periodismo actual podría servirnos para demarcar sobre bases reales la inflación semántica del término. Asistemáticamente mencionemos: cultura de masas (propia de la sociedad industrializada), alta cultura (cultura refinada, de élites), cultura femenina ( consagrada por la obra homónima de George Simmel), cultura “underground” ( subcultura, cultura marginal), altas culturas (culturas avanzadas científica y tecnológicamente), cultura “folk” (folklore, saber popular), cultura tradicional (heredada generacionalmente), cultura popular ( término ambiguo que puede significar tanto “folklore” como “moda cultural de la masa”, según el contexto), cultura regional (característica de un ámbito territorial determinado), contracultura (acciones de desprestigio respecto de determinado patrimonio cultural), incultura (carencia de refinamiento), endoculturar (promover desde adentro el cultivo del patrimonio propio), culturizar (promover determinada cultura), cultura globalizada (difundida internacionalmente por imperio de los medios masivos de comunicación social) , cultura caída (debilitada, extinguida), cultura superviviente ( integrada por bienes que han subsistido sin solución de continuidad trans la extinción de una cultura caída), cultura joven (opciones y creaciones privativas de la juventud), cultura occidental ( derivada de las naciones europeas y su área de influencia), culturas orientales (del Oriente asiático), culturas precolombinas (americanas anteriores a la llegada de Colón al Nuevo Mundo), culturas clásicas (griega, romana), culturas primitivas (étnicas), cultura de conquista (según George Foster, la que desarrolló España en las etapas de descubrimiento, conquista, colonización y evangelización de América); culturas originarias (las de un determinado lugar, antes de la irrupción de procesos exógenos de cambio), cultura del trabajo( en la terminología política: incentivación de los beneficios de la práctica laboral), cultura colonialista (aplicada en sus colonias por los imperialismos); cultura urbana (propia de la ciudad y sus barrios), cultura universitaria (con características propias de la sistematización de los conocimientos en el nivel educativo superior ), cultura argentina, inglesa, francesa…(característica de cada nacionalidad) etc.. Las religiones generan también conceptos relacionados con la cultura: se habla de una cultura “occidental y cristiana”, de una “cultura católica”, de una “cultura judía”, de una “cultura islámica”, etc.Y hasta se habla de cultura alcohólica para significar ¡resistencia a los efectos de esa clase de bebidas!.
Muchos otros compuestos significantes en los que la palabra cultura constituye el elemento sustantivo han quedado, por cierto, fuera de nuestra enumeración pero, de todos modos, ante este vasto e incompleto espectro de significados, funciones y campos de aplicación del concepto de cultura queremos detenernos para considerar, específicamente, cuáles de ellos, lejos de mantenerse sin conflictos en sus campos específicos, se presentan hoy en la superficie de la vida social argentina con banderas de oposición. Lo que más trasciende es la interpretación del concepto de cultura popular como valor de preferencia frente a la alta cultura o cultura elitista. Pero ello presenta la particularidad paradójica de que se toma por cultura popular lo que en realidad es cultura marginal o “underground”, una cultura de algún modo exclusiva que, al ser apoyada desde los medios oficiales y desde la industria cultural pierde, precisamente, su carácter soterrado y se convierte en cultura de masas, carente ya de su primitiva y auténtica rebeldía e impregnada de las estrategias de mercado propias de la globalización.
La politización de intención demagógica respecto del apoyo a la cultura popular hace que sean sectores no auténticamente populares sino “populacheros” los que lideren, en los medios masivos de comunicación, una suerte de discurso endoculturante que es síntesis de los más frecuentes vicios de habla, de pensamiento y de conductas vulgares. Este discurso, como una autovacuna, genera primero una reacción en el público que advierte, con sobresalto, que lo que no se debe hacer, lo que no se debe decir, lo que no se debe enseñar, según las normas tradicionales de las familias, ha salido a la luz, como lo revela su difusión aparentemente masiva no sólo en el país sino también en otras comarcas. Influidos fuertemente por la televisión y tras las repeticiones en obstinado de sus mensajes diarios, los mismos padres de familia acaban por creer que ellos eran los equivocados y que, si aquellos modelos, prestigiosos como ningunos por estar contínuamente en la pantalla chica, se encarnan en los más celebrados actores, actrices y conductores del imponente medio, será necesario permitirlos en casa. Y no sólo permitirlos, sino que los mismos padres y madres acaban por enseñarlos para ver si, de ese modo, sus “nenes” y “nenas” llegan algún día a aparecer – ¡oh milagro!- en aquellos mismos espacios llenos de magia.
Lo popular masivo no incluye lo folklórico auténtico, la cultura tradicional. Por el contrario, cuando se muestra algo que evoca esos ambientes y las personas que de ellos provienen, o bien es objeto de ridiculización, o bien se presenta bajo manifestaciones sustitutivas, obras creadas por autores urbanos que se inspiran tangencialmente en la cultura tradicional y crean obras aptas para ser distribuidas por la industria cultural, con la firma de sus creadores y las inconfundibles marcas del “espíritu de la forma” procedentes de manifestaciones globalizadas contemporáneas. Como lo expresa el Dr. Weinberg debe rechazarse aquello de que “todo lo que no es tradición es plagio” y a sus motivos agregamos: porque no funciona ni siquiera para las culturas llamadas tradicionales donde la innovación y el cambio aparecen permanentemente no como plagios sino como creaciones cuya vida posterior dirá si han de permanecer o agotarse en su propio tiempo. Pero también debe acudirse no sólo a las reflexiones del clasicista Thomas S. Elliot – como con tanta propiedad lo hace nuestro autor-guía al recordar aquellas preguntas cuyas respuestas nos desasosiegan “¿”Dónde está la sabiduría que perdimos con el conocimiento? y “Dónde está el conocimiento que perdimos con la información? – sino también, por ejemplo, a su contemporáneo Brolislaw Malinowski, tan discutido y finalmente olvidado, para quien la unidad primaria de la cultura es la “institución” o sea “la organización de los seres humanos en grupos permanentes”. En ambos casos deberemos afrontar el desafío de aceptar circunstancias que nos atañen en lo personal indicándonos en algunos casos identidad y pertenencia respecto de ciertos hechos, ideas e instituciones y alteridad (según Alberto Cirese) o extrañamiento (como diría Marcelo Bórmida) respecto de otros. De cómo seamos capaces de reaccionar, no ya en nuestra condición de pensadores sino en la de seres humanos comprometidos, parece depender el grado de perfeccionamiento cultural, el nivel de civilización que lograremos alcanzar.
Pero la civilización, precisamente, la cultura propia de las ciudades y de las naciones que las poseen, en lugar de fomentar las más depuradas maneras de aceptar al otro y a lo otro se han convertido en espacios donde la segmentación suma ejes diversos como rasgos somáticos, edad, sexo, comportamientos públicos y privados, conocimientos, ignorancias, ubicación física, nivel socio-económico, religión, manifestaciones artísticas y deportivas, nivel educativo, lenguaje. Permanentemente se escuchan reclamos de quienes denuncian ser discriminados o agredidos por ser claros u oscuros, por ser jóvenes o por ser viejos, por ser mujer o por no serlo, por ser pobres o por ser ricos, por vivir aquí o allá, por abrazar tal o cual credo, por dedicarse a tal o cual manifestación de las artes o de las disciplinas deportivas…Cada una de esas parcialidades de la población acciona en forma segmentaria y resulta difícil intentar su intercolaboración en procura del bien común.
Por lo demás, de acuerdo con las teorías de Malinowski, resulta evidente que nuestra civilización se encuentra en una época en que ha caducado el prestigio de las instituciones fundamentales, empezando por la familia. A partir de allí, todo tiene cabida en una suerte de retorno gestáltico a un caos que sólo podemos concebir en su plenitud especulativamente, ya que la ciencia ha demostrado que todas las comunidades humanas, desde que se pueden rastrear sus huellas en las profundidas de tiempo, tuvieron algún tipo de institución en torno de la cual se organizaron, aunque más no fuera, la familia.
Y aquí llegamos al punto en que se encuentran en nuestro planteo dos conceptos de los cuales sólo nos propusimos desarrollar sintéticamente el primero pero con plena conciencia de que iba a conducirnos al segundo como condición necesaria para la comprensión de su vigencia: cultura y educación. La educación, a partir de la institución primera y natural, la familia, es la única fuente generadora de anticuerpos contra la amenaza de caer en un caos existencial. Al Estado-Nación corresponde asegurar una continuidad armónica para la educación familiar y una apertura universal, sana y plural, con oportunidades para todos los niños y jóvenes sin distinción alguna, mediante una metodología que valorice el esfuerzo individual y la integración de todos a una verdadera comunidad educativa donde, junto a los maestros, las familias tengan, asimismo, una importante presencia.
Personalmente, confío en que las apuestas de nuestra civilización y de todas las culturas particulares que la enriquecen, encuentren siempre en la familia natural o en sus formas virtuosas de sustitución, el elemento axiológico fundamental para mantener el prestigio de los valores inalienables que, a través de la historia, han caracterizado a la condición humana en sus mejores momentos.


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